Las pieles de Nadine Heredia
Las pieles de Nadine Heredia

Sí, pues,  se ha tirado el ropero encima desde que arribó a Palacio de Gobierno y -con o sin la tarjeta de crédito de su amiga Rocío Calderón Vinatea- mudó de pieles progresivamente, en clara demostración de que para ella el nacionalismo y derivados como la austeridad son apenas rótulos electorales que puede guardar en el bolsillo cuando se le pegue la reverenda gana.

De la Nadine esposa del candidato Ollanta no queda nada. El viento se la llevó. Embriagada por el poder, como diría su suegro Isaac Humala, la doña ahora pretende marcar tendencia en modas y apela a un colorido caparazón de marcas costosas que exhibe en actos protocolares, sobre todo cuando alza vuelo fuera del país.

El perfil sicológico de la Primera Dama, en voz de la “Doctora Cachetada”, Carmen González, indica que “ser la única hija mujer en una familia de varones y que el padre haya sido mucho mayor que la madre produjo su necesidad de ser mirada y que vea de igual a igual a los varones. De aquí viene el empoderamiento”.

Esto explica, entonces, su compulsiva aparición en cada juramentación de ministros, siempre producida y presta a hacerle sombra a quien se le ponga por delante.

SER Y PARECER. Al parecer, a la señora Heredia se le ha olvidado que en política no basta con ser, también hay que parecer, y que “guardar las apariencias” es una máxima. Nadie le pide que vista harapos y coma en carretilla, pero si pretende ser el referente del nacionalismo y dado que es la presidenta del partido, no puede comprarse chocolates de 250 dólares, encajes de 2400 dólares, ni una prenda de vicuña de 1000 dólares. Eso es más que una cachetada a la pobreza. Solo le falta sacarnos la lengua y decirnos “jojolete”.

Dicen que el que puede, puede; y el que no, aplaude. Pero en este caso nadie la aplaude; por el contrario, le llueven las críticas. Porque la gente no es tonta, o al menos no tanto como quisieran los Otárolas, Abugattás, Gutiérrez y Gamarras. No nos vamos a creer el cuento de que la esposa del comandante ha sido tocada por un rayo pudiente o que tiene una amiga-mecenas. No, pues.

Todo bien con que sea una mujer empoderada. Todo bien con que tenga gustos refinados. Y si se le antoja reventar la tarjeta (suya o ajena) en banalidades, pues bien por ella. Pero se le olvidó que no se come delante del hambriento, y que ese hambriento es el pueblo que confió en  y en ella.

La crítica halla asidero en lo que profesó y que ahora es letra muerta. Sus lencerías no son inclusivas por ningún lado. Pero, en fin, no se trata finalmente de motejar sus gustos, el meollo del asunto es que los dineros utilizados para el sideral shopping están contaminados y que el hilo de la madeja se pierde en Caracas.

Bien decía la abuelita: el lujo es un artificio de la vanidad para ocultar la pobreza del alma.

Habráse visto.