Estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal. (Foto: Cortesía)
Estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal. (Foto: Cortesía)

Entrevistamos a Armando sobre su trabajo y proceso como escritor y editor.

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¿Cómo influyó tu experiencia de intercambio en Buenos Aires en tu perspectiva literaria?

Creo que lo más interesante fue conocer de cerca la estructura del circuito literario. Sabemos de la calidad del trabajo de las editoriales argentinas, pero esta producción no sería posible sin las distribuidoras y las librerías. Es un mercado del libro dinámico, quizás el más grande de América Latina, junto con México o Brasil.

¿Qué te inspiró a escribir “Hermonos”?

Una experiencia familiar. En realidad es un tributo a mi padre, que en paz descanse. La historia tiene varios guiños a sucesos reales. Pero la parte creativa la agregaron Kari de la Vega y Pamela Monzón. Es un trabajo conjunto que nos ha brindado una inesperada recepción de parte de los pequeños lectores. Personalmente, este libro me reveló el fascinante mundo de la literatura infantil, es decir, aquel donde los niños inician su relación con los libros y la lectura.

¿Cuál es el enfoque principal de tu investigación doctoral en Literatura?

Es una propuesta historiográfica sobre el desarrollo de la novela vanguardista en América Latina. Abordo autores como el mexicano Gilberto Owen, la chilena María Luisa Bombal, el brasileño Oswald de Andrade, el ecuatoriano Pablo Palacio y nuestro compatriota Martín Adán. Me interesan las líneas de continuidad que se trazan, cómo estas definen otras tendencias de la novela latinoamericana. En cierta forma, este trabajo es una extensión de mi tesis de maestría, que también era sobre literatura de vanguardia, pero centrada en manifiestos y textos programáticos.

¿Cómo es la experiencia de un escritor que también edita?

Compleja, incluso a veces paradójica. El gran reto de un autor es aniquilar su ego. Dar tu texto a un editor significa despojarte un poco de tus creencias, de tus convicciones, con la esperanza de que esa persona le aporte lo necesario al mensaje que pretendes formular en tu obra. Por otro lado, ser editor entraña una responsabilidad que a veces no es valorada. Sobre él recaen dos rótulos reduccionistas respecto a su función social: la del “empresario” y la del “mecenas”. Cuando un editor se encierra en una de estas dos formas de ser, pierde perspectiva, se olvida de que la principal razón por la que se dedica a esta labor es por amor a los libros. Un editor necesita estar consciente de que su trabajo no es únicamente vender una mercancía, sino la difusión de ideas. Él contribuye con los debates éticos, estéticos y políticos de su tiempo. Y para ello es importante asegurar una continuidad en el circuito productivo artístico e intelectual. Creo más en algo así como la intuición editorial, o, si se me permite la hipérbole, en la sabiduría del editor.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Lograr que la editorial siga creciendo. La labor es complicada. El campo literario peruano presenta su problemática particular, pero nosotros queremos ser agentes de cambio, plantear soluciones a estos problemas y, por qué no, mejorar las condiciones de las editoriales independientes. Por ejemplo, acabamos de publicar la segunda edición de la novela “Los niños muertos” de Richard Parra y el poemario “Bestiario o cortejo de Orfeo” de Guillaume Apollinaire, en la traducción de Rubén Silva. También estamos creando dos nuevas colecciones, una de clásicos antiguos y otra de crítica literaria. Nosotros estamos convencidos de que nuestro bastión es y seguirá siendo la literatura.


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