Lo que no se dice es un miembro más de la familia. Está presente en las conversaciones, toma cuerpo cuando es aludido, entre risas nerviosas o gestos de preocupación, y crece, sobre todo, con el miedo.
Se trata de un silencio que se escucha de una manera muy efectiva. A veces no necesita palabras. Solo atmósfera, tensión, un ambiente de complicidad o resignación que atraviesa a sus protagonistas.
“Retratos familiares” de Ricardo Sumalavia está construido desde ese material. Sus ocho cuentos tienen como tema central a la familia, un terreno que el escritor ha explorado en posteriores libros.
Los textos abordan el llamado núcleo de la sociedad desde las periferias de un desastre o de un momento placentero, bordean el típico impacto usado para componer una historia atractiva.
Sumalavia toma su propio camino y encuentra otras emociones y asombros con la sugestión de lo cotidiano, con lo cercano envuelto en un sentido de extrañeza. Porque hasta en el realismo hay situaciones de perplejidad: como el doble de “Última visita”, cuento que cierra el segundo libro del escritor peruano.
Dicen que el tiempo es el mejor juez de las obras literarias. El marketing no resiste ante el olvido.
Han pasado veinte años de la primera publicación de “Retratos familiares” y la mirada de sus cuentos ha dejado unas fotografías sobre la familia que todavía escapan de los daños inevitables de las décadas.