Seis autores peruanos nos cuentan cómo están afrontando estos días de aislamiento social e incertidumbre por el coronavirus.
Susanne Noltenius
Narradora. Ha escrito “Crisis respiratoria”, “Tres mujeres” y “Tiene que haber otro final”.
Los primeros días resultaron extenuantes. Encierro, ansiedad, incertidumbre. El Home Office invadió el espacio sagrado de mi escritura y el horario de trabajo, sin darme cuenta, se alargó. Salir a correr, esencial para despejar mi mente y estimular la creatividad, me fue prohibido de un día para otro. La cocina, antes una actividad espontánea y feliz, de pronto se volvió una rutina. Por la noche, abría un libro y me costaba concentrarme. El agotamiento me cerraba los ojos.
Ahora, luego de un mes, ya he logrado cierto equilibrio y los fines de semana he retomado la escritura de un libro de cuentos que empecé en noviembre. Tal vez incluya situaciones de encierro en él.
Me preocupan la economía y el desborde social como consecuencia de la recesión. El gobierno se ha enfocado solo en la emergencia sanitaria, le suma popularidad, pero urge un plan para resucitar al país luego de esto.
Extraño los conciertos de música, el cine y el teatro como actividad fuera de casa, los deportes como espectáculo. Espero que encontremos la forma de recuperarlos.
Viene un mundo nuevo, un orden distinto al que estábamos habituados. Trato de visualizarlo, pero la imagen es difusa, extraña, imposible de aterrizar.
Carlos López Degregori
Poeta. Ha publicado “Lejos de todas partes”, “Aguas ejemplares”, “A mano umbría”.
Estos cuarenta días, que casi los sumo como una temporada en el arca del diluvio o el ensayo de un pequeño apocalipsis, pueden parecer un periodo precioso para alguien que se dedica a las letras. Yo pensaba que dispondría de horas para leer, escuchar música (todas las sonatas de Schubert y Beethoven en riguroso orden, por ejemplo, todos los discos de John Coltrane, de Pink Floyd, de King Crimson) y escribir al fin esos textos postergados. No ha sido así. Leí y me sumergí en la música la primera semana y luego todo se desvaneció.
He pasado los días preparando mis clases virtuales, participando en las tareas de la casa y ahora cumplo una jornada de más de ocho horas ante la pantalla de mi laptop. Ya no cuento con tiempo para leer, no veo casi películas, apenas los noticieros, y no he escrito ni una línea. Creo que me he convertido en la sombra del personaje del “Autorretrato” de Nicanor Parra. Voy a pegar una copia de ese poema en una pared de mi estudio.
Victoria Guerrero
Poeta. Autora de “Ya nadie incendia el mundo”, “Un golpe de dados”, “Y la muerte no tendrá dominio”.
Estos días de cuarentena, me he hecho poco a poco de una rutina. Generalmente limpio un poco la casa y luego paso el día en mi biblioteca. Allí preparo clases y me conecto con mis estudiantes. Esto es una novedad porque antes usaba la biblioteca solo para sacar libros y luego sentarme a leerlos en otro lado.
Tener una habitación para dedicarla al trabajo ha convocado en mí esa rutina. Por las noches y los domingos veo alguna película. Escribo anárquicamente poesía & prosa. Ahora mismo leo “Calibán y la bruja” de Silvia Federeci, interesantísimo para conocer el porqué de la quema de mujeres a inicios del capitalismo, retomo “Black out” de María Moreno y releo un librito titulado El odio a la poesía. Además, junto a Ana María Vidal y Anahí Barrionuevo ideamos el proyecto “Durará este encierro”.
Todo eso combinado con mis idas a la clínica y mis lecturas de poemas por redes. Dicho esto, pareciera que me va como anillo al dedo el encierro, pero, la verdad, es que me ha costado llegar a esta rutina. Al principio me abrumaban la cantidad de películas y libros a los cuales podía acceder, así que no hacía nada, sino chatear con mis amigxs y mirar el techo. Pasado ese momento, aunque aun perpleja, la vida sigue. Lo que más extraño son las salidas con mi sobrina a comer sushi y encontrarme con mis amigxs, algo que una sesión de zoom aún no puede reemplazar.
Marco García Falcón
Narrador. Ha escrito “París personal”, Esta casa vacía", “La luz inesperada”.
Terminé una novela que había empezado en diciembre. He escrito también algunos cuentos. Y como profesor, he pasado a dictar clases virtuales. No ha sido fácil. Con el sueño brumoso y entrecortado. Con el ánimo como un subibaja. Como todos, me he detenido a la fuerza y he mirado las cosas en perspectiva.
El tiempo como un don que se acaba. La súbita, necesaria conciencia de la mortalidad. Como en ese poema de Derek Walcott, me he visto como a ese extraño al que, amándome, he ignorado y cambiado por otro. Me he dicho que de esto saldré distinto. Y sin embargo, es el escenario del mundo el que se ha transformado primero.
Me he dicho también que esa posibilidad de cambio ha prendido en todos, pero la realidad me desmiente a diario: los buenos (la gente solidaria, desprendida) han seguido siendo los buenos, y los malos (los usureros, los explotadores) no han variado un ápice.
Sé también que, como en todo duelo, vendrá un período de negación, una amnesia colectiva que nos hará ver todo esto como un bache o un paréntesis. La esperanza está en el momento siguiente, cuando esa semilla de lucidez, esa ventanita interior por la que hemos vislumbrado lo verdaderamente valioso o necesario, nos recuerde su presencia. Y ojalá nos domine por completo.
Yero Chuquicaña
Narrador. Ha publicado “Taca-Taca”, “Peruanos de segunda mano”.
Debido a que mi trabajo está ligado a la prensa, sigo yendo a trabajar. Estoy pasando la cuarentena solo por cuestión del azar. Me despierto más temprano que de costumbre y preparo mis alimentos para todo el día; voy a pie al trabajo tanto de ida como de vuelta. Bebo agua y como fruta.
La cuarentena me ha orillado a cambiar mis hábitos alimenticios y a mantener en movimiento el tiempo suficiente como para considerarlo una rutina de ejercicios. Pero no he dejado de escribir; reservé esta actividad para la noche, momento del día en que más cómodo me siento frente al teclado. Estoy acabando unos relatos que tenía pendientes, mientras al mismo tiempo voy perfilando ideas para la “pandemia literaria” que se está gestando en el mundo literario.
Tener una casa y la despensa llena, o los medios para llenarla, hoy en día es un privilegio. Algunas personas atraviesan momentos difíciles para sostenerse en este tiempo de emergencia sanitaria, y no puedo evitar pensar en todos ellos cuando escribo, aunque no pueda hacer casi nada para revertir su situación.
Quedarme solo en casa con lo que tengo, que no es mucho, me ha servido para salir de esa zanja, tanto en lo personal como en lo que llaman “bloqueo creativo”, en la que me encontraba desde hace un buen tiempo. Lo que se traduce en más historias por escribir.
Claudia Salazar
Narradora. Autora de "La sangre de la aurora, “Coordenadas temporales”.
Mi escritura en esta cuarentena ha tomado un rumbo algo inesperado. A partir de posts de Facebook enfocados en mi cotidianidad pandémica, he recibido invitaciones para publicarlas en otros medios como antologías y revistas. Sin embargo, desconfío un poco de esta escritura tan pegada al presente, siento que algo en el lenguaje sigue faltando para narrar lo que nos está sucediendo.
Habrá que buscar otras maneras de narrar. Y de qué se trata esencialmente la literatura sino de eso. Ya son cuarenta días exactos en casa. Extraño sobre todo el cuerpo y la presencia de mis personas más queridas. Aunque como inmigrante estoy algo curtida en esto de las distancias, la pandemia se ha encargado de remarcar el no saber cuándo será seguro tomar un avión, cuándo se levantarán las fronteras, cuándo podremos darnos un abrazo, encontrarnos para un café, ir al cine, un restaurante…
Siempre supimos que la vida es pura incertidumbre, pero esta vez nos lo refriega en la cara y lo hace palpable cuando desconectamos el Zoom, ese momento en que la pantalla queda negra, el silencio nos hace notar su propio cuerpo y esperamos que sí, quiero que sí, que pronto pueda volver a verte.