León Tolstoi ofreció, sin lugar a dudas, uno de los mejores comienzos en la historia de la literatura; su novela Ana Karenina inicia así: “Todas las familias felices se parecen unas a otras: pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. En este sentido, de las familias felices no hay mucho que decir, pero de las familias tristes sí que hay un sinfín de circunstancias que valen la pena explorar.
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Las familias felices no generan mayor preocupación, pues muchas de ellas son así por aspectos convencionales que, de seguro, al escritor ruso no le quitaban el sueño. Ahora bien, lo que sí llama la atención de esta sentencia tolstoiana es la génesis de por qué las familias son tristes. Cada hogar tiene un motivo especial para ser desdichado; por eso, las familias tristes son singularmente atractivas no solo como motivación literaria, sino también como el insumo que permite discutir la idealización de felicidad que culturalmente se le ha dado al hogar. Un escritor que desde la narrativa ya ha explorado estos cuestionamientos es David Salvatierra y hoy lo vuelve a hacer con la publicación de TODAS LAS FAMILIAS TRISTES. Esta vez, no solo pone el dedo en la llaga, también nos da el bisturí para que hagamos los cortes que suturen nuestras propias heridas.
Desmitificaciones familiares
Los cuentos de David Salvatierra desmitifican las nociones de familia que durante mucho tiempo se han arraigado en la sociedad. Los 22 relatos que componen su nuevo libro TODAS LAS FAMILIAS TRISTES nos permiten cuestionar si realmente el hogar es el espacio en donde los sujetos forjan sentimientos y emociones que sostienen su futuro devenir y su competencia ciudadana. Los padres no se proponen dañar el mundo interior de cada infante; sin embargo, lo hacen cada vez que entre ellos discuten y olvidan que las riñas y los pleitos tienen consecuencias inimaginables que acentúan la soledad del otro.
En el cuento Scorsese, la trama de una película con un trágico final no se compara con la soledad y la desgracia de la familia que observa en la pantalla de un clásico cine cómo los personajes de ficción son menos tristes. Al final del relato, la reflexión del infante evidencia claramente que incluso en el calor del hogar uno es inmensamente desdichado; “solo sé que algo le sucedió, porque cuando salimos de la sala me llevó directamente a comer pollo a la brasa, y desde ese día, en el cine y en la vida, solo fuimos mamá y yo”. Sin mencionarlo, el narrador revela la profunda decepción que de ahora en adelante le espera.
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La sarcástica felicidad familiar
Con intencional sarcasmo, en su cuento Retrato de familia, David Salvatierra también discute la felicidad del hogar. En lugar de celebrar las uniones matrimoniales o los acontecimientos que propician festividades, en la familia del protagonista se celebran las separaciones. Aquí el narrador juega con las expectativas de los lectores, pues solo al final se descubre que el tío Julio por fin se divorcia de su compañera; “Y ahora, los declaro divorciado y divorciada. Papá aplaudió rabiosamente y reprimió una lágrima a los tíos que elevaban sus copas”. Además de la acertada ironía que Salvatierra usa en este relato, pienso que lo más significativo de este cuento es la reflexión inicial del narrador, pues esto –desde mi perspectiva– revela la propuesta estética del libro; “la nuestra es una familia de seres tristes. Quienes afirman lo contrario nos conocen apenas superficialmente o quieren exhibir un arrogante sarcasmo”. Lo planteado aquí escapa los límites de la ficción y explica muy bien cómo en realidad la tristeza caracteriza a las familias reales.
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Familias desquebrajadas
Las voces familiares susurran muy cerca nuestro y sus ecos nos producen las grietas que a diario buscamos esconder. En su reflexión sobre las relaciones familiares, sobre todo con sus padres, la escritora norteamericana Siri Hustvedt advierte que “la imagen del recuerdo va acompañada de una mezcla de satisfacción y dolor”. Esta última premisa parecer ser una constante en la narrativa de David Salvatierra, pues en cuentos como El maestro Cachascán o Año nuevo los personajes protagonistas entran en un constante ejercicio de memoria en el que intentan recordar a esos seres queridos que poblaron sus momentos más felices y que, sin embargo, también fueron los causantes de los instantes de mayor dolor que aún se materializan en el presente. Gracias a este nuevo libro, tenemos la ocasión de reflexionar sobre la omisión de esa voz interior que ahora hace eco; de comenzar a comprender que lo que se calla tarde o temprano resuena con tanta fuerza como lo que actualmente hace bulla.