Portada del libro publicado este año junto a autor peruano.
Portada del libro publicado este año junto a autor peruano.

Los aplausos le han llovido al escritor peruano y a sus «Cien cuyes», novela que lo ha llevado a alzarse con el Premio Alfaguara 2023. Merecidos los tiene. Es una gran historia de canas, decadencia y valientes formas de morir en un país precarizado por sus problemas y una sociedad lacónica e indiferente con los ancianos. Este último libro de Rodríguez está entre lo mejor que ha venido produciendo junto a «Treinta kilómetros a la medianoche», su entrega anterior. La voz del escritor ya tiene un eco que lo identifica en una generación de narradores donde la inconstancia se ha vuelto en una característica permanente.

Se trata de una novela de estructura sencilla, donde la mayor destreza se concentra en la construcción de los personajes y los vínculos que estos desarrollan de manera sostenida y coherente. Eufrasia Vela es una mujer que pasa de tener un puesto de frutas en el mercado a cuidar ancianos en Miraflores, en Lima. Doña Carmen es una de ellas: adinerada, lúcida, derrotada. Una fractura a la cadera la postró y ahora le hace falta voluntad para seguir viviendo. Al otro lado de su departamento vive Jack Harrison, un médico jubilado quizá con más ganas de aguantar los días siempre que sea con un vaso de whisky. Y los Siete Magníficos (Tío Miguelito, Tanaka; Hernández y Fernández, Ubaldo, Giacomo Sanguinetti y la Pollo), un grupo que celebra, pelea y se acompaña para aburrirse menos.

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Eufrasia será su quien los acompañe, los atienda y asista. Entre esos hombres postrados por el tiempo y las arrugas y la mujer de condición humilde se abre una confianza que descansa en la compañía, el entendimiento y silencios largos que describen la intimidad que existe en esos espacios cerrados que son sus pisos. «La confidencia une las amistades más que los gustos compartidos», escribe Rodríguez. El autor se cuida de caer en el estereotipo, cuando está a punto de hacerlo aparece el humor como recurso, una forma de quitarle fatalismo a los destinos que han escogido. Ese es otro mérito de esta historia, la lucidez de una persona mayor relegada a la soledad tiene un último valor: poder decidir sobre su muerte.

El lenguaje de Rodríguez aporta mucho para que ese lado oscuro que asiste en toda la historia tenga más de ternura que de duelo, son vidas pintadas con metáforas y símiles genuinos que huyen del lugar común para configurarse en breves sentencias que reflexionan y redondean las emociones. «Quizá envejecer fuera eso, pensó, que cada porción de tiempo por afrontar se convirtiera en una fracción cada vez menor de lo vivido» (p. 131).

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«Cien cuyes» ha sido editado con una portada hermosa que representa una cruz andina. Poco tiene esta novela de lo andino, quizá solo al final cuando Eufrasia decide volver a su pueblo, en Trujillo, luego de enterarse de una noticia decisiva. De la misma forma, los “cien cuyes” apenas aparecen como artificio que usa el personaje para cobrar por los favores que hace. El corazón de la novela es la vejez y la necesidad implacable de aceptarla: “Ahora mi ilusión es compartir un poco de risas con ustedes, pero en algún momento mi ilusión será que ese día no me toque hacerme una diálisis. ¿Es justo eso?” (p. 150). Aunque Rodríguez ha dicho que se negó a cambiar el título de la novela porque sus personajes “viven, transpiran, se alegran y sufren en un país llamado Perú”, creo que primó más bien su lado publicitario.

El Premio Alfaguara ha puesto el nombre de Gustavo Rodríguez a sonar en librerías, ferias de libros y eventos literarios. Lo merece no solo por la novela que de lejos es una de la mejores dentro de la lista de ganadores de este premio, sino por su constancia y superación a sí mismo en cada entrega, por lo menos desde «Madrugada». Esta vez el motivo fue ese momento de la vida donde no queda sino solo esperar la muerte. «Llega una edad en que la felicidad consiste en que nada te duela demasiado», dice el autor.