La Libertad es una tierra fecunda en poetas y cuentistas. Sin embargo, los(as) novelistas escasean o no tienen mayor reconocimiento. Luego de Ciro Alegría y de Eduardo Gonzáles Viaña (para citar dos ejemplos representativos), son pocos los escritores que han trascendido, en este género.
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Por eso, cuando se publica una nueva novela, la tierra abre sus poros y recibe con auspiciosa esperanza a esta “lluvia güena”. QUEBRADA HONDA, la reciente publicación del escritor huamachuquino Luis Peña Rebaza, representa una luz de esperanza en este terreno aún por cultivar.
La historia nos sitúa en nuestro pasado cercano (los años de la guerra interna) y, simultáneamente, nos envuelve en tiempos indistintos: en una especie de vaivén en el que el pasado se conjuga con el presente y el futuro.
En este vaivén, la cotidianeidad convive con la esperanza, las imperecederas carencias, las casualidades, las injusticias y la lucha por la vida. “Con frecuencia los hombres se unen en aras de compartir un mismo odio antes que para compartir un mismo amor”, nos dice el narrador al iniciar uno de los episodios de Quebrada Honda.
Sin embargo, la trama de la novela parece empecinada en mostrarnos que, a pesar de nuestras heridas, no nos queda más que seguir esperanzado a la educación, al amor familiar y al reconocimiento del otro, para seguir y salir adelante.
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David Mauricio y Víctor Manuel son los dos personajes principales de esta intensa novela. El primero es un joven díscolo que se forja un camino alternativo a la escuela (aprende un poco de mecánica y se desempeña como chofer). El segundo es un destacado ingeniero que promueve proyectos para la mejora de la vida en el campo (con un gran capacidad crítica e idoneidad profesional).
No obstante, junto a ellos, emerge la figura de un protagonista mayor: la comunidad, la familia. A través de este “protagonista mayor” se vislumbra la vida de los pueblos del ande y la eterna postergación en la que están sumidos. Se muestra la vida familiar, las costumbres, la esperanza en la educación y, al mismo tiempo, las carencias de siempre embadurnadas con la demagogia de los políticos, en medio de un clima de violencia irracional.
Son las presencias de estos personajes (individuales y colectivos) las que le otorgan un cariz especial a la novela. El diálogo y el monólogo se funden en una multiplicidad de voces que terminan por constituir una sola. Y en ese juego lingüístico y comunicacional, la historia nos sobrecoge y nos convierte en testigos de los hechos y, al mismo tiempo, en los interpelados.
¡Cómo no identificarnos con la historia tan cotidiana de David Mauricio! ¡Cómo no indignarnos con el asesinato de Víctor Manuel!... Pero, al mismo tiempo, ¡cómo justificar esa estrechez mental y actitudinal que no nos permite asumir los grandes problemas del país!
Es cierto que todo hecho cruel e injusto ocasiona secuelas trágicas imborrables. Es indiscutible que hechos de esta naturaleza son condenables y merecen ser castigados. Es incluso justificable todo acto de rebeldía ante la injusticia o el crimen. No obstante, la actuación enajenada, irracional y extremista de las huestes de Sendero Luminoso, en la década de la guerra interna, no tienen justificación alguna.
En innegable que tras de una conducta violenta e irracional subyacen historias personales y familiares desgarradoras. Es probable que estas historias gatillen la venganza o la lucha encubierta de ideales revolucionarios o justicieros. Es probable, pues “Mis oídos han escuchado tantas cosas. Tantas cosas han visto mis ojos. Mis ojos han lagrimeado con tanto dolor y, es que el dolor, en el labio se convirtió en grito” (…).
Es probable. Sin embargo, no nos puede ganar la cruel resignación. Hace falta construir mejores oportunidades. Jóvenes como David Mauricio y Víctor Manuel (e incluso como “La gringa”) necesitan mayores y mejores oportunidades para desarrollarse y alcanzar su plenitud, por su bien personal y por el bien de los demás.
Si bien las vicisitudes de los protagonistas y las grandes necesidades de los pueblos de la sierra peruana se nos plantean con todo su dolor y urgencia, no podemos aceptar que “ningún buen presagio espera a los jóvenes”. La literatura y la lectura pueden constituirse en esos factores de oportunidad que tanta falta nos hacen.
QUEBRADA HONDA. es una novela cuyas luces nos revelan las difíciles circunstancias que les ha tocado vivir a los jóvenes, particularmente a los de la zona andina. Nos muestra la irracionalidad y la crueldad del senderismo, y nos expone el lado ciego y torpe de la justicia. Pero, también nos deja una impostergable tarea: revertir el presagio.
Ojalá que los dos últimos premios en novela corta “Julio Ramón Ribeyro”, del BCR (Ladislao Plasencia y Luis Eduardo García), sirvan de acicate para que más escritores como Luis Peña Rebaza se animen a embarcarse en proyectos mayores. Espero que, desde esta Quebrada Honda, la apuesta por la vida sea el mejor estímulo para el desarrollo de la novela en nuestra región.