Hay lugares que  atienden con permiso de restaurante pese a que su negocio vive del consumo de alcohol. Algo ya consabido. El problema es que ellos tampoco están respetando las medidas.
Hay lugares que atienden con permiso de restaurante pese a que su negocio vive del consumo de alcohol. Algo ya consabido. El problema es que ellos tampoco están respetando las medidas.

Uno solo tiene que entrar a un restaurante y sentarse: salvo algunas pocas excepciones, la mayoría de locales atiende con aforo total en Trujillo. Todas las mesas están ocupadas, y los locales por lo  general son cerrados, con ventanas que muchas veces permanecen cerradas.

Lo mismo ocurre en el transporte público. Los taxis ya han olvidado el protocolo que tan bien aplicaron en un inicio, dejan subir como sea y se trasladan a cualquier hora, incluso cuando hay toque de queda.

Hay lugares que  atienden con permiso de restaurante pese a que su negocio vive del consumo de alcohol. Algo ya consabido. El problema es que ellos tampoco están respetando las medidas. Está bien, todos tienen derecho a trabajar y es cierto que la economía ha sufrido mucho, pero no pueden tener las mesas colmadas con grupos de ocho o diez empinando el codo. A pocas cuadras de la municipalidad de Trujillo, en las propias narices de las autoridades ediles ocurre esto. Bastaría con que un par de fiscalizadores se den una vuelta, pueden hacerlo hasta caminando, y podrán comprobarlo. Si no actúan es porque no quieren, porque no se les antoja. ¿O es que acaso hay “tratos especiales” con esos locales? Oigan, esto es salud pública, están consumando un delito atroz en contra de la ciudadanía, ¿se están dando cuenta de eso?

Hay que darle un llamado de atención a la autoridad, que acusará seguramente falta presupuesto para fiscalizar, pero que la verdad tampoco se les ve la intención. Y también hay que darle un jalón de orejas al empresariado que no está cumpliendo y está más preocupado en volver a retomar sus ganancias, antes que en la salud de todos.

Algo se ha podido comprobar en algunos centros comerciales y otros establecimientos: al ingresar, te ponen el aparato para medir la temperatura como finta muchas veces; no lo usan, solo lo ponen para salir del paso. Es como hacer una llamada con el teléfono apagado. En fin, la sacada de vuelta a la ley de siempre.

Y, en tercer lugar, hay que llamarle la atención al ciudadano, que en muchos momentos se comportó ejemplarmente, pero que hace rato ha demostrado haberle perdido el miedo al coronavirus. Un ciudadano comprometido socialmente y con conciencia debe ser el primer guardián del cumplimiento de las normas de bioseguridad. Pero no. Cae en el mismo marasmo, deja que se incumpla la norma y él mismo la incumple, termina siendo cómplice y promotor. En un microbús es el mismo ciudadano quien debe ser celoso guardián de la norma. Si un restaurante está lleno no debería entrar ahí. Eso, sin embargo, no está ocurriendo.

Y si esto sigue así ocurrirán dos cosas, sepámoslo ya: nos terminarán encerrando a todos como antes (lo cual no es lo peor, claro) y terminaremos lamentándonos ante una montaña de víctimas mortales del Covid-19.