El alcalde de Trujillo es incapaz de armar un equipo mínimo para gobernar. Ha cambiado más de 40 funcionarios en menos de cinco meses de gestión. Se van porque es imposible trabajar con un tipo perturbado e irrespetuoso que insulta y ofende sin rubor alguno. O si no se van, él los echa con su prepotencia habitual y desvergonzada.
Lo peor es que Arturo Fernández no cambiará. Seguirá en sus trece dilapidando tiempo y recursos en este periodo de gobierno municipal, en lugar de dedicarse verdaderamente a resolver los problemas de Trujillo. Su salud mental es cosa seria. Es, desde luego, un asunto de interés público porque es él quien está gobernando la ciudad. Aunque lo suyo, para decirlo con más propiedad, es en realidad un desgobierno municipal.
Y pese a ello el alcalde prefiere abocarse a las canalladas. No se cansa de insultar a la prensa que lo fiscaliza con epítetos vulgares e impropios de una autoridad. Al señor Arturo Fernández hay que decirle que no nos intimidan sus bravuconadas y ofensas públicas. Nosotros, desde este diario por lo menos, vamos a seguir atentos a su gestión, como lo hemos hecho siempre con todas las autoridades.
Y está claro que Fernández anda alejado de la realidad, vive en un mundo de fantasías delirantes. En su mundo afiebrado, él es un héroe con ropa blanca y sombrero de proxeneta que lucha solito contra las fuerzas del “mal”. Como todo político, seguro tiene enemigos visibles en otra vereda, pero en el mundo real él es sencillamente una autoridad errática y lenguaraz, desastrosa y malcriada, víctima de sus propios arrebatos. Sus payasadas solo son bien recibidas por sus acólitos, que por cierto cada vez son menos.
No, señor Fernández, no hay que ser “mermelero” para criticarlo desde la prensa. La crítica a su caótica gestión y a su monumental incapacidad es hoy una obligación moral de cualquier ciudadano responsable y serio.
Usted es un alcalde desastroso, y eso hay que decirlo con claridad. Si usted no lo ve es porque vive enajenado.