Cómo no recordar el “Día de todos los santos” y el “Día de los Muertos” de antaño, pero aún así, la tradición no se pierde.
Cómo no recordar el “Día de todos los santos” y el “Día de los Muertos” de antaño, pero aún así, la tradición no se pierde.

Ayer se celebró el y a pesar de la restricción a los camposantos, muchas personas se dieron tiempo para disfrutar en familia este día, donde no podían faltar las roscas de muerto y los infantables “angelitos”.

Algunos buscaron temprano comprar flores y las llevaron a casa, para en la noche, junto a la familia, recordar a sus seres queridos fallecidos; en los altares no podían faltar las fotos de los que dejaron este mundo.

Así se dieron las velaciones en Piura, que por segundo año consecutivo tuvieron que hacerlo desde casa, al estar cerrados los cementerios, para evitar aglomeraciones y que se extienda la epidemia del coronavirus.

Es tradición dar los “angelitos” a los niños que tenían la misma edad de los que habían fallecido, por parte de los familiares, que ven reflejado en ellos a su pequeños.

Pero, ¿qué son los famosos “angelitos”? Son dulces en miniatura que se ofrecen para recordar a los niños fallecidos y es en los poblados del  Bajo Piura donde se dan con más frecuencia y lo hacen, además, con miel de chancaca.

Estos productos consisten en dulces, como empanadas, suspiros, chumbeques, rosquitas azucaradas, dulce de camote y pastelitos de colores, todo esto envueltos en bolsitas en forma artesanal.

En años anteriores, las velaciones se daban desde la noche del día 1° de noviembre hasta el día siguiente, con el encendido de velas en los nichos de los difuntos y que se iban derritiendo poco a poco con rezos, cánticos y acompañado de café y roscas de muerto, donde alrededor se reunían las familias, algunos llegados desde otros lugares.

El día primero era ocasión para durante el día coronar con flores y coronas a los “angelitos” pero también para dejar los nichos relucientes para velar en la noche; se pintaban y resanaban las letras de las sepulturas, donde los pintores y los que alzaban flores con las escaleras, hacían su agosto.

Era ocasión, además, para recordar los momentos que pasaron con el difunto en vida, otros para contarse anécdotas y hasta hablar de chismes, en largas tertulias que duraban durante toda la noche.

Mientras afuera de los cementerios se formaban las ferias, que incluían venta de comida, donde no podía faltar la sopa de gallina, pavo con chifles y sánguches de pavo y hasta bailes al aire libre.

En los últimos años se optó por el encedido de focos de luz, en los cementerios que alumbraban los día 1° y 2 por el pago de una tarifa, lo que dió lugar a que se vaya perdiendo las velaciones.

Esto se notaba en la poca afluencia del público a los camposantos, que se notaban vacíos, pues muchos ya no acudían a velar y se contentaban con poner un foco.

El panorama que presentaban los camposantos era matizado con los infaltables músicos con su guitarra, órgano y hasta mariachis. También  se acompañaban de rezadoras, que ofrecían sus servicios por una propina.

En los últimos años, los familiares acudían a las tumbas y nichos y luego de rezar ofrecían comidas y bebidas y hasta brindaban con cerveza o chicha con los difuntos, según ellos porque el que murió era aficionado a compartir en estas ocasiones.

Si hablamos de Catacaos  o los pueblos del Bajo Piura, afuera del camposanto se instalaban una fila de Santos, a quienes se les adornaba y ponían alcancías para las limosnas de los lugareños.