El 17 de noviembre de 1995 la noticia nos llegó de forma inesperada y al día siguiente los diarios titularon hieráticos: “Falleció ayer el actor nacional Luis Álvarez”. La razón fue un tumor cancerígeno, maligno, alojado en su cerebro y que recién había sido detectado en el Hospital Edgardo Rebagliati. Tenía 82 años de edad. Fue una gran vida la que se apagaba. Ahora diríamos de él que era todo un emprendedor del arte teatral.
Cuando dejó este mundo a las seis de la mañana de aquel aciago día del 17 de noviembre del ‘95, se habían cumplido 15 días de un homenaje por sus 50 años de vida artística. Lo recibió contento, pero ya herido de muerte. Con Luis Álvarez se inmortalizó la figura de un personaje que él supo interpretar magistralmente en su momento: se trataba del ‘ingeniero Echecopar’ de la obra “Collacocha”, una pieza del dramaturgo Enrique Solari Swayne.
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LA VIDA DE UN MAESTRO
Luis Álvarez, actor, director y maestro, considerado como el señor del teatro peruano, había nacido en Islay, Arequipa, el 29 de julio de 1913. Vivió una infancia y adolescencia en medio de estrecheces económicas. Sobresalió pese a muchas dificultades: sirvió en el Ejército, en zonas de la Selva, trabajo abriendo pozos, y hasta fue conductor de tranvías.
Pero en el fondo fue imponiéndose a él mismo su talento artístico y su sensibilidad con el entorno natural y humano. Así, junto a sus amigos Manuel Delorio y Jorge Montoro, en un club deportivo, en medio de pequeños montajes de teatro y de otras actividades culturales, Luis Álvarez reveló su interés creciente en la interpretación escénica cuando ya bordeaba los 30 años de edad.
De esta forma, en 1945, al abrirse la Escuela de Arte Dramático, con el nombre de `Teatro del Pueblo’, esos tres amigos se inscribieron para debutar el 3 de octubre de ese año en el teatro Ritz, en la cuadra 1 de la avenida Alfonso Ugarte, a una cuadra de la plaza Bolognesi. Era un espectáculo con tres obras cortas: una de Luigi Pirandello, “Limones de Sicilia”, otra de Anton Chéjov, “Un duelo” y una más de Federico García Lorca, “Así que pasen cinco años”.
El teatro era su vida, por eso no formó una familia propia, pero disfrutó la que tenía con una hermana, su cuñado y su sobrina. Era un abanderado del trabajo teatral, oficio que lo llevó a distintas parte del país para interpretar en escenarios tan dispares, desde las grandes salas hasta los más sencillos escenarios en colegios del interior.
Luis Álvarez era un hombre lúcido y sabía que la obra que lo representaba y por el que trascenderías en el tiempo sería “Collacocha”, que se estrenó en 1956. Con esta puesta en escena viajó hasta el Festival Internacional de Teatro en México. Álvarez regresó de tierras mexicanas como el mejor actor, aclamado unánimemente.
ERA UN TALENTO ORIGINAL, IRREPETIBLE
Era un actor muy versátil, capaz de adaptarse muy bien al medio escénico en el que se movía e interpretar a personajes de caracteres extremos. Así, don Luis Álvarez fue requerido para asumir roles en las populares telenovelas entre los años 70 y 80. Como ejemplos están sus papeles en “Natacha” (1970), “Simplemente María” (1971), “La Fábrica” (1972), “La casa de enfrente” (1985) y “El hombre que debe morir” (1989).
El cine lo sedujo no tanto como el teatro, pero lo suficiente como para acrecentar su fama y popularidad en los años 80, década que implicó su cúspide como actor y maestro. Participó en filmes como “La ciudad y los perros” (1985), “La Agonía de Rasu Ñiti” (1985) y “Malabrigo” (1986). En todas esas películas sobresalía claramente el hombre recio que parecía, la voz potente, medida, trabajada para que hasta la persona de la última fila de cualquier escenario pudiera escucharlo.
Respetado como un maestro del teatro peruano en el siglo XX, el actor arequipeño Luis Álvarez, además de interpretar en toda su carrera, como dijimos, a más de 200 personajes, lo hizo en un total de tres mil representaciones, aproximadamente.
Álvarez recibió en vida muchos reconocimientos, entre estos destacaron los premios `Anita Fernandini’ en 1960 y el Premio Nacional de Teatro en 1990. En el homenaje por sus 50 años, dos semanas antes, el director del Instituto Nacional de Cultura (INC) había anunciado que el “Señor el Teatro Peruano” recibiría en diciembre, la Medalla de la Cultura del Perú.
Pero don Lucho no recibió esa medalla. No fue necesario, porque se fue con el aplauso de varias generaciones de actores, directores y espectadores que nunca olvidarían sus geniales presentaciones en el escenario.