Karen Baker era una experta en comunicación de crisis en el Pentágono el 11 de septiembre de 2001, pero nada podía prepararla para lo que pronto tendría que hacer: anunciar la muerte de sus amigos.
Cuando el vuelo 77 de American Airlines se estrelló contra el cuartel general del departamento de Defensa estadounidense, Baker inicialmente pensó que una bomba había estallado en el edificio.
“Fue una explosión fuerte y luego sentimos un temblor”, recuerda esta experta en relaciones con la prensa que entonces tenía 33 años. “Pensamos en ese momento que era una bomba”.
Baker y su amiga Elaine Kanellis, que estaba embarazada de nueve meses, se unieron a otros miles de empleados que rápidamente evacuaron el edificio, muchos en medio de la oscuridad y el intenso calor generado por la explosión.
Los investigadores dijeron luego que todos los que sobrevivieron escaparon del edificio en los primeros 30 minutos tras el ataque.
“La gente estaba muy ansiosa e intentando darse cuenta de lo que pasaba. Pero estábamos con militares. Han estado bajo fuego antes así que había una sensación de calma y orden en la confusión”.
Afuera, en el estacionamiento, Baker y sus colegas intentaron desesperadamente contar las personas que habían salido. Luego se enteraron de que la explosión fue causada por un avión.
“Sabía que eran terroristas. Pero la idea de un avión usado como arma y cómo eso podía suceder en esta área era un poco difícil de imaginar. Estaba lista para que me llovieran bombas del cielo”.
“Este es el trabajo que tengo que hacer”
Al llegar a su casa esa noche tras cruzar un Washington acordonado por las fuerzas del orden, Karen Baker comenzó a digerir la enormidad de lo ocurrido al abrazar a su marido y a sus dos hijos, ambos menores de cinco años.
“La pura tensión había llevado a los niños al límite y estaban llorando. Se desmoronaron. Eso fue realmente duro de ver”, contó.
La atención de Baker pronto regresó al trabajo. Durante días fue clave en compilar una lista de los muertos, y en comunicarse con familiares para confeccionar tributos a las víctimas y para ser su “escudo e intermediario con los medios”.
“Uno es entrenado para anunciar la muerte de soldados, pero no sabíamos realmente cómo hacer esto para civiles. Es algo que nunca había anticipado”, dice.
El desafío fue incluso más difícil porque dos buenos amigos murieron, mientras otro sufrió quemaduras en el 90% del cuerpo.
“Estás mirando el tema muy profesionalmente, ‘este es el trabajo que tengo que hacer’. Y luego de repente ves el nombre de amigos en la lista y eran personas que no sabías que habían resultado heridas y ahora estamos anunciando sus muertes”.
Eso fue “lo más duro de todo lo que me sacudió en el par de días posteriores” al ataque, cuenta Baker a la AFP en el cuerpo de ingenieros del ejército estadounidense en Nueva York, donde trabaja ahora como directora de programas.
Durante meses dio y coordinó innumerables entrevistas.
“Fue algo así como revivir el 11/9 durante días y días (...) Pero para mí era especialmente importante contar la historia de los civiles del ejército que murieron porque estas fueron personas que nunca vistieron un uniforme y que realmente nunca se anotaron para ir hacia el peligro”.
Baker y sus colegas de la época se comunican cada aniversario del 11/9.
“Realmente marcó el camino que muchos de nosotros tomamos luego de ese día”, dice.
“Intento apreciar la vida. Intento reconocer que no recibimos ningún tiempo más del que tenemos. También le digo a mi familia que los amo un montón”.
Baker cree que ese día presenció “milagros” que “profundizaron” su fe.
“Vi el heroísmo de personas que se unieron”, dice.
“Sí siento que había alguien protegiéndome y que se aseguró de que yo saliera del edificio”.
Fuente: AFP