Singapur era uno de los países calificados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “ejemplo” del manejo del nuevo coronavirus. Aunque fue una de las primeras naciones en reportar infectados, tan temprano como en enero, pudo controlar la situación, al menos en apariencia. A inicios de abril, se anunció un rebrote de casos, que llevó al Gobierno a tomar nuevas medidas de aislamiento social.

China es otro modelo de éxito. El 19 de marzo declaró cero contagios locales por COVID-19, y el 6 de abril no registró –por primera vez desde el inicio de la emergencia– ningún fallecido. Sin embargo, en los últimos días, se han dado informes de infecciones en la localidad de Harbin, al noreste. ¿Son estos indicios de una segunda ola de la pandemia?

Si hay algo que enseña la historia, es que nunca hay que cantar victoria demasiado pronto. Las mayores emergencias sanitarias del siglo XX vinculadas a enfermedades respiratorias atacaron en oleadas (ver infografía). El ejemplo más nefasto es el de la llamada gripe española (aunque en realidad todo apunta a que se originó en Kansas, EE.UU.). La primera ola comenzó en la primavera boreal de 1918, en plena Guerra Mundial. Hubo dos más, ese mismo año y en 1919. La segunda, que coincidió con el invierno, fue la más mortal. Al final, fallecieron unas 50 millones de personas y se infectaron alrededor de 500 millones (casi el 30% de la población mundial del momento).

En la crisis sanitaria actual, son muchas las voces que vienen advirtiendo de una segunda oleada, especialmente cuando varios países del hemisferio norte se aprestan a flexibilizar las medidas de confinamiento, motivados por cierto descenso en el número diario de casos y decesos, pero sobre todo por la necesidad de reactivar la economía.

En este contexto, la comunidad científica alemana manifestó hace poco una segunda ola sería mucho más grave, pues el coronavirus se ha expandido, y con la gente retomando sus contactos, se podría reproducir a mayor velocidad. En EE.UU., el principal infectólogo del país y asesor del Gobierno, Anthony Fauci, dijo el martes que una nueva oleada es “inevitable”, ya que el virus “no va a desaparecer del planeta”.

Frío panorama. Una de las grandes preocupaciones en Norteamérica es que una segunda ola de COVID-19 llegue en el invierno boreal, antes de que haya una vacuna disponible. Robert Redfield, director de los Centros Estadounidenses para la Prevención y Control de Enfermedades (CDC), alertó que entonces el coronavirus coincidiría con la temporada de gripe, lo cual sería perjudicial para el sistema de salud.

“Si miras las estadísticas, la prevalencia de infecciones respiratorias se da más en invierno”, señala por su parte el infectólogo peruano Luis Pampa. La razón es el comportamiento que suelen tomar las personas en esa época: tienden a permanecer en lugares cerrados, con menos ventilación y más juntas, escenario perfecto para el contagio. “Los virus, a bajas temperaturas, tienen un medio ideal para prevalecer”, agrega el experto. No es coincidencia por lo tanto que la segunda oleada de la gripe española haya sido la más letal.

Para el Perú y Latinoamérica ello es también una señal de alarma. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) señaló el martes que la situación de Latinoamérica es como la de Europa hace seis semanas, con la curva de contagios y muertes en alza; es decir, aún estamos lejos de completar una primera ola. Además, con el invierno austral a solo dos meses, el panorama se complica.

Si tras todo esto llega un segundo brote, es probable que encuentre a los Estados con una economía alicaída y por ende menos capacidad operativa. “Se requieren muchos recursos para combatir esta enfermedad. Económicamente, será un gran dolor de cabeza, especialmente para países como el nuestro, en desarrollo”, comenta Pampa.

La solución más certera es encontrar una vacuna, pero esta está prevista para aproximadamente dentro de un año. La otra posibilidad es que la población desarrolle inmunidad naturalmente tras contagiarse y curarse. Sin embargo, la OMS manifiesta que “no hay evidencia de que las personas que se hayan recuperado y tengan anticuerpos estén protegidas de una segunda infección (de COVID-19)”.