“Cuando comprendimos lo frágiles que se habían vuelto nuestras instituciones ya era tarde”, dijo Ana Corina Sosa al recibir el Premio Nobel de la Paz en nombre de su madre, María Corina Machado. Sus palabras, aunque dirigidas al drama venezolano, resuenan con fuerza en toda la región. También en el Perú, donde la confianza en las instituciones se ha desplomado aceleradamente a causa de una gestión pública incapaz de responder a las expectativas ciudadanas y de gobernantes que, lejos de fortalecer el Estado, lo han debilitado.
Precisamente por ello, el próximo proceso electoral adquiere una relevancia decisiva. No podemos darnos el lujo de repetir errores recientes ni de elegir a quien improvisa, divide o alimenta el resentimiento. El país necesita un liderazgo con visión, capaz de recomponer el tejido social dañado, devolver solidez a las instituciones y orientar al Perú hacia un rumbo estable y democrático.
Un liderazgo así no se construye con frases efectistas ni con discursos inflamados, sino con principios, preparación y sentido de Estado. Requerimos autoridades que entiendan que institucionalidad no es un concepto abstracto, sino la base misma sobre la cual se edifican la seguridad, la inversión, el empleo y la convivencia democrática. Sin instituciones sólidas, cualquier promesa es solo humo.
El riesgo es claro: si volvemos a apostar por extremistas o demagogos que ponen en jaque la democracia y socavan sus cimientos, el futuro del país se volverá aún más incierto.




