Uno imagina que la discriminación, el abuso y la prepotencia puede alcanzar solo a los vastos sectores informales del país, pero quien piense así se equivoca. Recuérdelo cuando pase por las decenas de obras de construcción de altos edificios de departamentos que pululan, sobre todo, en distritos mesocráticos de la capital como San Miguel, Pueblo Libre, Lince, Miraflores o Jesús María. En estos proyectos, de acuerdo a un testimonio directo recibido por este columnista, se humilla al trabajador de una manera ruin y se cometen barbaridades que entidades como la Sunafil o Capeco, aparentemente, desconocen. Normalmente, estas constructoras subcontratan algunos servicios como el acabado de los departamentos pero a estos terceros les imponen algunas “reglas” laborales. Una de ellas es, por ejemplo, que los obreros no pueden usar el ascensor porque este está reservado para los ingenieros y profesionales. Así, si un trabajador está en el piso 14, 15 o 20 y requiere ir al baño, debe bajar y subir todos esos pisos por las escaleras debido a esta “regla”. Además, los servicios higiénicos de estos trabajadores -que están en el primer piso- son portátiles, están en pésimas condiciones, mientas los ingenieros sí usan los convencionales cuartos de material noble. Los que tercerizan al personal para servicios como los acabados, además, pagan tarde, mal o con descuentos a colaboradores que carecen de un contrato de trabajo regularizado, no tienen vacaciones o CTS, están fuera de planilla y son obligados a jornadas que exceden las 48 horas semanales. Urge una pronta visita inopinada de la Sunafil para parar todos estos abusos de empresarios miserables y seres humanos abyectos que lucran con la necesidad y atropellan la dignidad. A ver también si el señor Daniel Maurate puede demostrar que es un verdadero ministro de Trabajo y no está pintado en la pared.