La sombra de la corrupción se cierne una vez más sobre las oficinas de los representantes de Acción Popular (AP). La Fiscalía ha llevado a cabo diligencias en los despachos de los congresistas Darwin Espinoza y Raúl Doroteo, tras la revelación de presuntos actos de corrupción. Este hecho, irónicamente, tuvo lugar en el edificio que lleva el nombre de Fernando Belaunde, quien distaba mucho de los actuales miembros de la agrupación.

Cuando el fundador de AP y dos veces presidente nos dejó, Mario Vargas Llosa reflexionó sobre su legado. “Decir de él que no robó nunca, a pesar de haber estado cerca de 10 años en el poder -del que salió, en las dos ocasiones, más pobre de lo que entró-, es decir mucho en un país, donde en los últimos 20 años, el saqueo de la riqueza nacional y la cleptocracia gubernamental han sido prácticas generalizadas”, escribió.

Es una paradoja amarga que hoy, los representantes de un partido que surgió enarbolando la bandera de la integridad y el deber, pese a los grandes y graves errores cometidos por Belaunde en sus gobiernos, se vean envueltos en escándalos de corrupción.

Es claro que los ideales que alguna vez inspiraron a AP han sido traicionados por aquellos que ahora la representan. Más allá de las excusas y justificaciones, la percepción del pueblo es inequívoca: los acciopopulistas de hoy no siguen fielmente la doctrina que Belaunde estableció hace casi siete décadas, cuando proclamó que su partido no nacía de la ambición, sino del deber.

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