César Acuña, líder de Alianza para el Progreso (APP), es un animal político. Por eso, su desistimiento de la querella contra el periodista Christopher Acosta tiene cálculos partidarios, mas no considero que debe calificarse como un gesto magnánimo, y mucho menos por temor a perder la apelación planteada por el querellado, como lo considera su antagonista judicial.

El jefe de una de las bancadas más poderosas del Congreso puede jactarse ahora de decir que le ganó el duelo a Acosta, que ante la justicia no pudo probar lo dicho en el libro Plata como Cancha, sino, por el contrario, que fue condenado por un juez de primera instancia al no sostener con argumentos su investigación.

Más que un triunfo para el periodismo -porque Acosta simbolizó la labor periodística-, es un acto soberbio del ahora candidato al gobierno regional de La Libertad: quien decidió cuándo ajustar al investigador y también tranquilizarlo con el final de la contienda judicial. ¿No hubiese sido mejor que la justicia se encargue de poner las cosas en su sitio y no un político?

En los últimos tiempos, ha habido otros enfrentamientos legales entre el periodismo y el poder, como las demandas interpuestas por ciertos investigados del Sodalicio contra los periodistas que los espulgan. Pero, al igual que el tema Acuña-Acosta, al menos en el caso de Pedro Salinas, hubo desistimiento de los denunciantes.

No es una buena señal para el periodismo que las contiendas legales acaben en aparentes actos benévolos de los demandantes. Estas medidas son peligrosas porque la intención de los investigados es desacreditar la verdad -ponerla en duda- y mostrar su poder. Creo que los periodistas no necesitamos de estas falsas acciones generosas, sino una justicia más imparcial.