César Acuña acaba de decir hace poco que no postulará a las elecciones que se deberán desarrollar en el año 2024. Algo similar dijo meses atrás Keiko Fujimori, cuando aludió al adelanto de las elecciones: ella afirmó que ya no postularía ante esa eventualidad.

Permítanme dudarlo. No sería la primera vez, además, que ambos políticos faltan a su palabra. Y, por otro lado, el río revuelto que ven ahora por la crisis política les debe resultar tentador. Ahora deben imaginar que sí la harían y que este es su momento.

Pero no es solo una conjetura. Ya empezaron a escucharse los indicios. Nada más tuvieron que pasar unas horas de la declaración de Acuña sobre su negativa a participar en los comicios de 2024, para que en Trujillo dijeran lo contrario. El gobernador de La Libertad y miembro de Alianza Para el Progreso, Manuel Llempén, le dijo a la prensa recientemente que la postulación de Acuña será evaluada y no está descartada. Como se sabe, Acuña asumirá como gobernador de la región liberteña desde enero. Es decir, si finalmente decide ser candidato presidencial, tendrá que renunciar al cargo, tal como lo hizo en 2015.

Y en Fuerza Popular también se escuchan clarinadas sobre la posibilidad de que Keiko Fujimori sea nuevamente candidata en las elecciones de 2024. El secretario general de ese partido, Luis Galarreta, declaró esta semana que la posible postulación de Fujimori “se verá en su momento”. Ya no hay una negativa tajante, como se puede ver; ahora dejan abierta esa posibilidad. La palabra de Keiko Fujimori quedaría otra vez incumplida, como ocurrió en 2021, a pesar de que años antes dijo que no habría ningún candidato que llevara su apellido.

La falta de liderazgos, la crisis de partidos y la atomización del voto debe hacerles pensar en la posibilidad de, ahora sí, llegar a Palacio. Eso cuenta más que cualquier palabra empañada.