A los economistas nos enseñan desde las primeras etapas de nuestra formación que la razón de ser de la función estatal viene explicada por la existencia fallas de mercado: monopolios naturales (un ejemplo, la provisión de agua potable), la presencia externalidades negativas (efectos negativos de una actividad económica sobre el bienestar de un grupo de individuos o de la sociedad), o los bienes públicos que por definición no son provistos por el mercado o no en la cantidad suficiente.
En este último grupo, en el de los bienes públicos, la seguridad interna y la defensa nacional son los clásicos ejemplos del libro de texto. Son bienes públicos que permiten el funcionamiento de los mercados, el ejercicio de libertades y constituyen condiciones mínimas básicas para el desarrollo económico.
El jueves pasado los transportistas de todos los colores y banderas paralizaron Lima Metropolitana y el Callao. La movilización se originó a partir de un pliego de reclamos gremial, sino se originó sobre lo que el libro de texto enseña a los jóvenes economistas: el cumplimiento de la función estatal de resguardar el orden interno como condición necesaria para el funcionamiento de la sociedad. Si nos alejamos de lo económico y giramos hacia lo moral, los transportistas exigían lo que todos exigimos cuando salimos de nuestros hogares a ganarnos la vida: que no nos maten en las calles.
Lo que parecía implícito o se daba por sentado hasta hace poco, hoy se pone en tela de juicio. Nadie está seguro en las calles. El Estado está fallando en una de sus funciones esenciales. Si a eso, se le suma la ausencia de estado en las regiones más alejadas del país, nos encontraremos con todas las condiciones para el surgimiento de grupos extremistas que nuevamente pondrían sumir al país en el terror. Advertidos estamos.