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Las manifestaciones masivas del 5 de abril en las ciudades más importantes de nuestro país, contra el fujimorismo, son un signo claro de los valores que unen a los peruanos y una esperanza para preservar la moral colectiva. Profundizar en ellos sirve para reforzar la identidad nacional en momentos de tomar una decisión electoral. El respeto a la dignidad humana es un fundamento de la Constitución; de ella derivan los demás valores y es la raíz de nuestra ética pública. Es un principio de principios, valor de valores. La ética pública y la ética privada vienen del respeto a esa dignidad, eje de la convivencia en toda sociedad liberal democrática y social. Lo contrario es la hegemonía de la fuerza, la sustitución de los principios por los intereses y el todo vale como motor de la vida política. El gobierno de Alberto Fujimori significó todo eso y más en sus diez años en el poder: la liquidación del enemigo que llegó hasta el asesinato, el avasallamiento permanente de la disidencia, la intolerancia agresiva y violenta a través de los diarios chicha, la imposición de intereses subalternos para corromper, robar y controlar, el descarte de la honestidad y la decencia cuando se compraron y vendieron congresistas y medios de comunicación, la manipulación dolosa de las instituciones... Todo eso y muchos otros signos de desvalorización de la política y del mal uso del poder concentrado junto al clientelismo autoritario usando la imagen del benefactor que genera lealtades y agradecimientos. Esa es la trocha seguida por su hija, que recoge los frutos de ese fujimorismo que mal pretende haber renovado. No hay tal. Los méritos que se le atribuyen, como la pacificación del país y la superación de la hiperinflación, no son intercambiables con los deméritos. No se sustituyen los principios por los intereses. Los peruanos podemos escoger libremente nuestros caminos, pero no podemos olvidar la dignidad como punto de partida y de llegada de una sociedad que se quiere democrática. No vale abstenerse.

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