El presidente Pedro Castillo volvió a mostrar su discurso de victimización y a su vez lanzó una batería de pretextos para tratar de convencer a los peruanos que sus actos son correctos y que su gestión no es tan desastrosa a pesar de lo visto hasta ahora. Nada de autocrítica sobre las reuniones fuera de Palacio de Gobierno, que deben ser investigadas por la Contraloría y el Ministerio Público. Ninguna señal que aclare este sombrío panorama. El jefe de Estado simplemente no sabe qué hacer ni decir. Tiene pocos argumentos para articular una respuesta convincente.

Está claro que los problemas personales se pueden resolver en el ámbito privado, pero que el mandatario se reúna con empresarios que tienen contratos con el Estado, ministros y otros funcionarios del Ejecutivo, es una situación que supera lo personal. Todo indica que las movidas en la casa de Breña afectan los intereses del país.

Además de un desconocimiento de lo que significa el respeto a la institucionalidad, hay un desprecio por las lecciones del pasado. El presidente no puede hacer lo que quiera. Con estos actos solo proyecta improvisación y dudas sobre su honradez.

Si antes un buen número de peruanos se ilusionaba con Castillo, ahora solo queda la decepción, porque todo lo que se conoce no le da razón.