Las declaraciones del ministro Martín Benavides y la vice ministra Patricia Andrade tienen un tono realista que dista de algunos otros que en épocas anteriores tenían más bien una huella populista: este es un año escolar atípico que para la escuela pública ni siquiera había empezado, los alumnos y profesores no pueden asistir a clases en contra de su voluntad, y estamos frente a la incertidumbre sobre cuándo retornarán, que en el escenario más optimista sería entrado el mes de mayo y sino junio. No tiene sentido “recuperar clases” al estilo convencional porque no son unos pocos días los que están en juego y además el confinamiento social de las familias y el trabajo escolar en casa de los niños crea en ellos y sus padres así como en los profesores una enorme tensión que requiere airearse, ventilarse, y para eso están las vacaciones que no deben afectarse. El costo emocional que tiene este encierro no debe soslayarse porque está en juego la salud mental de los niños.

Por el lado de los colegios privados que ya habían iniciado clases en marzo y tienen anualizados sus costos se plantea un reconocimiento de la educación a distancia en la medida que cubra los objetivos del período más que la suma de horas o días de clases presenciales, cuya recuperación convencional también sería imposible por las mismas razones que la pública. Los trabajadores docentes y administrativos de los colegios privados siguen trabajando y cobrando los sueldos de la planilla, operando el servicio a distancia bajo las normas excepcionales dadas por el gobierno.

Esta es la hora de la resiliencia.