El actual escenario político europeo, marcado por los resultados de las elecciones al Parlamento comunitario, evidencia el debilitamiento de las corrientes progre-globalistas impulsoras de la Agenda 2030.
Este fenómeno ha motivado actos como la disolución del parlamento francés y la convocatoria a nuevas elecciones, por parte del presidente Emmanuel Macron, para reconfigurar alianzas políticas.
La percepción de la Unión Europea como una estructura burocrática ha contribuido a este descontento. La priorización de temas como la migración, el cambio climático y la ideología de género, en detrimento de problemáticas más urgentes, ha generado malestar en un sector significativo de la población europea.
En paralelo, se observa una creciente polarización del discurso político, evidenciada en el uso indiscriminado de etiquetas como “ultraderecha” para descalificar a sectores que no se adhieren a la agenda progre-globalista. Esta práctica limita el debate público y obstaculiza la construcción de consensos.
En el contexto peruano, esta tendencia se replica con la creciente utilización de etiquetas similares por parte de los actores políticos conjuntamente con la prensa que se encuentran alineados con la agenda progresista. La formación de alianzas políticas, como la reciente unión entre el partido de Antauro Humala y el de Verónika Mendoza, refleja la primacía de los intereses particulares sobre las convicciones, lo cual plantea interrogantes sobre la solidez de los principios en nuestro sistema político. Ante este panorama, se vislumbra una campaña electoral centrada en cálculos e intereses personales, relegando planes de gobierno y propuestas programáticas. Es por ello, que la consolidación de un bloque democrático, comprometido con la reconstrucción de la república y el fortalecimiento de la democracia, se presenta como un imperativo ético y político. A pesar de sus imperfecciones, la democracia sigue siendo la mejor herramienta para garantizar una sociedad justa, equitativa y respetuosa de los derechos humanos.