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El presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, en conferencia de prensa y acompañado de su canciller, Rodolfo Nin Novoa, dio a conocer el día de ayer que ha denegado el asilo político solicitado por el expresidente Alan García, que ingresó en la embajada uruguaya en Lima hace algo más de dos semanas. Pudiendo no dar ninguna explicación del rechazo del asilo a García, conforme el artículo II de la Convención sobre Asilo Diplomático de Caracas de 1954, que de manera clara e indubitable establece sobre el asilo que “Todo Estado… no está obligado… a declarar por qué lo niega”, ha preferido lo contrario. Es evidente que para el mandatario uruguayo, la sobreatención del caso García se convirtió en el centro de la vida política en su país y hasta comenzó a generar una polarización interna entre los que se hallaban a favor y en contra de la concesión del asilo, que habría estimado podría afectarlo. La decisión de Tabaré refleja el carácter soberano de Uruguay y de que es inoponible. Las razones jurídicas de Uruguay van pegadas a las políticas, pues han valorado la información que el Gobierno del Perú remitió al de Uruguay, tal como está previsto en el artículo IX del referido tratado; también han tenido en cuenta los informes de la propia embajada de Uruguay en Lima, así como la opinión de los actores políticos y de los especialistas (internacionalistas, constitucionalistas, politólogos, penalistas, analistas internacionales, etc.) y desde luego el parecer político de los actores del frente interno uruguayo que, a mi juicio, fueron determinantes.

Al negarse el asilo a García -pierde piso y peso que gana el presidente Martín Vizcarra-, queda confirmado que en el Perú no hay perseguidos políticos. La mejor evidencia es que al retirarse de la misión diplomática charrúa, no fue detenido, y se dirigió a su casa con absoluta libertad. Dudo mucho que algún otro Estado con embajada acreditada ante el Gobierno del Perú quiera asilarlo y hasta dudo que el propio García decida otra vez intentarlo, pues los países democráticos en pleno siglo XXI cuidan mucho sus relaciones bilaterales, forjadas en función de intereses de Estado antes que en favores por amicalidades.