En el que casi con seguridad es su discurso más memorable, Danton nos legó una lección que en su momento funcionó a la perfección, porque salvó a su país: “Necesitamos la audacia, después la audacia, siempre la audacia y Francia estará salvada”. En efecto, siempre necesitamos de la audacia, pero en momentos concretos de la vida y de la historia, la balanza se inclina a favor de los audaces.
Si algo nos enseña la historia es que el coraje de los audaces es fundamental para dominar el curso de los hechos. Para los que no creemos en la suerte, para los que consideramos que la libertad y la voluntad esculpen nuestro destino, la audacia se convierte en un acicate esencial, en un recurso de oro, en la última rebelión contra la tiranía de lo absurdamente predecible. En la audacia hay libertad y en la libertad se forja la esperanza. Y de esperanza están hechos todos los sueños que se vuelven realidad.
Pienso, por supuesto, en las falencias del carácter nacional, tan propenso a dilatar decisiones y postergar los problemas. Barrer bajo la alfombra es el deporte nacional por excelencia. Mirar de costado, nuestra foto de perfil. Centrarnos en el diagnóstico eterno, en la mirada incesante o en el análisis perpetuo son signos de una cultura poco propensa a la expansión y conquista. Llorar en vez de construir es el lema de los derrotados. Solo con audacia sacaremos adelante al país porque es bien sabido que es con el hierro de la voluntad y no con el oro de la frivolidad que se salvan las naciones.