El hombre libre es responsable. La verdadera libertad siempre es responsable. En la era del relativismo, donde todo es confuso, es fácil confundir libertad con libertinaje. El libre responde siempre a la sociedad, tiene un compromiso con el bien común. El libertino solo escucha a su egoísmo. Primero él, segundo él, tercero él. Pura pulsión individualista, pura soberbia luciferina, un remedo de la auténtica dignidad.

El hombre es libre porque no tiene dueño. La libertad del Derecho, dice Rafael Domingo, radica en aceptar racionalmente el poder coactivo de un acto concebido de forma legítima. En tal sentido, las leyes vinculan al hombre y “el hombre se vincula por sus pactos y por su libertad”. Una libertad sin límites se autodestruye. Es un canto estéril condenado a la futilidad o, peor, al eco disolvente en el plano social. El libertinaje destruye la convivencia, divide a las sociedades, erosiona el orden social y el pacto político.

Por eso, el Derecho es el límite racional a la libertad. Una libertad sin responsabilidad produce teorías decadentes como las del “derecho a blasfemar” o el muy difundido “derecho a insultar”. La dignidad humana es un límite a la libertad. Y en el centro de la dignidad humana está la conciencia religiosa, la nostalgia del Absoluto, la religión que nos liga a Dios. Para los católicos, el insulto a la Virgen María atenta directamente contra la dignidad del hombre libre y contra la convivencia social. Hiere lo más profundo de nuestro ser. Detrás de esta blasfemia hay una antropología destructiva, un libertinaje pervertido, violento e irracional que ataca lo que es incapaz de comprender. En suma, detrás de cada blasfemia hay esclavitud, porque esclavo es el que siendo incapaz de pensar en los demás rechaza la responsabilidad propia de la verdadera libertad.