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Mañana será el debate oficial entre los candidatos a la Presidencia de la República, organizado por el Jurado Nacional de Elecciones para subsanar la deficiencia de propuestas, ideas y programas que hemos sufrido durante los meses previos a este final de campaña que nos deja un amargo sabor de boca. Y esta gran final no despierta ilusiones ni expectativas. Todos hablan de la confrontación entre Alan García y Fernando Olivera o de cómo llegará al local el candidato recluso Gregorio Santos, pero muy pocos creen que habrá propuestas atendibles.

A comenzar porque los candidatos siguen siendo demasiados, aunque hayan disminuido por exclusiones y renuncias. En segundo lugar, el formato es más propicio para el circo y la anécdota que para el esclarecimiento y la información. Es más bien la oportunidad perfecta para continuar con la onda del canibalismo político, con ese todos contra todos que ha prevalecido en este proceso, que no merece tal nombre porque no se ha procesado nada, salvo las tachas y las impugnaciones. Y muy mal.

Nos ha tocado un circo que culminará con una ópera bufa en la que los candidatos no tendrán tiempo ni posibilidades de avanzar las ideas que no nos entregaron cuando debieron hacerlo porque estaban inmersos en el agravio o en el dicterio.

El sorteo y el formato mezclan candidatos bien posicionados con los que están en el 1%. En el mismo nivel, payasos que no tienen nada que perder con los que podrían tener posibilidades. Los que podrían recibir el pastel en la cara con los que asumen o presumen de seriedad. Las opciones están listas para liquidarse entre ellas. Para que no prevalezca la que mejor argumentos e ideas exhibe, para que se quede, si puede, la que tiene un núcleo inmune al ridículo o al absurdo. ¿Quedará alguna o estaremos ante el páramo electoral?

El cara a cara es tendencia en el continente y en el mundo. Muy bien que oficialmente se organice un debate pero muy mal que se nos ofrezca uno que viene con mala onda y que no cumplirá con el objetivo de ilustrar al ciudadano como debería ser. Lamentable.

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