La escritora española Julia Navarro ha escrito un libro a partir del duelo de Argos, un pastor alemán que la acompañó trece años, tanto en sus días de escritura como en los actos más cotidianos en la casa. Sin embargo, “Cuando ellos se van” (Plaza & Janés, 2025) es más un recorrido histórico, literario y artístico de la relación del ser humano con los perros, desde los primeros registros de la humanidad hasta la actualidad, con un bagaje que incluye literatura, pinturas y esculturas, películas, series de televisión y, por supuesto, historiografía, lo que suele acompañar a las obras best sellers de la autora. Como periodista, la prosa de Navarro es limpia, directa, sin artificios ni riesgos en su exploración del lenguaje; prioriza el mensaje: el amor que tiene por los animales y, en específico, por los canes, los compañeros de cuatro patas de una lealtad y cariño invaluables. Por eso, les rinde un homenaje desde distintas disciplinas, con narraciones conmovedoras, entretenidas y una que otra de terror. La vida de los animales no suele ser tan apacible, sobre todo en sociedades donde la violencia hacia ellos está tan normalizada. Aunque las conductas han cambiado, al igual que la legislación, todavía falta mucho por hacer en la protección de los animales. Navarro es enfática en eso y exige que deben ser tratados, siempre, como familia, no bajo el rótulo posesivo de “mi perro”. Llena de referencias, curiosidades e información poco conocida, lleva su duelo a un lugar que celebra la vida junto a los perros. Recuerda al Argos de Ulises en “La Odisea”; a los tres sirios de Vicente Aleixandre; al Remo de Miguel de Unamuno; a los dálmatas del cine; a los perros de mitologías, de guerras, de actos heroicos en la historia y la cotidianidad, como Curro, que la salvó de un agresor sexual en la calle. Cierro esta lectura y pienso en Chipilo, el perro que nos acompañó en La Esperanza, Trujillo, y que sobrevivió a cientos de males: lo envenenaron, lo acuchillaron, lo golpearon tanto. Cuando iba al colegio, junto a mi primo, a pocas cuadras de la casa de mis abuelos, vi cómo un taxi blanco lo atropelló y arrastró por casi una cuadra, a pesar de las piedras y los gritos; nunca se detuvo. Se moría bajo el charco rojo formado en la vereda. Regresé a toda velocidad, avisé a mis tías, lo arroparon como un bebé con una toalla y lo llevaron a una veterinaria. Resistió. Algunos dijeron que Chipilo me había salvado, que se nos apegó para evitar que me arrollaran. Un acto casual, instintivo o inventado por los vecinos. No importa: siempre será nuestro héroe, un perro que vivió a sus anchas y que hoy imagino correteando a los cuyes de mi abuelo y abrazado a mi abuela.




