La oportuna caída del inefable Pedro Castillo, quien perpetró un absurdo golpe de Estado, nos libró de padecer una dictadura como la que hoy agobia, tristemente, al hermano pueblo de Venezuela. Pero desde entonces nos hemos dormido en nuestros laureles, pues imaginamos que con ello compramos un seguro de vida para la democracia peruana. ¡Craso error! Seguimos al garete. Y la estabilidad relativa que hoy experimentamos se explica por el cansancio y confusión de la gente tras casi cuatro años de desgobierno.

La señora Boluarte está lejos de entender que una cierta estabilidad económica que viene acompañada del drama de la inseguridad ciudadana, sigue causando descontento y desasosiego profundos. ¿De qué vale que el precio del pollo no suba, si el ciudadano no puede caminar seguro por las calles, si los negocios y emprendimientos atraen a los sicarios y maleantes como miel a las moscas? Hay que ser ciego para no ver que el miedo y la incertidumbre están afectando la actividad económica.

La situación actual es una olla a presión. Esa filosofía nefasta del cinismo, que empuja al Gobierno a negar sus evidentes yerros y la corrupción en su entorno, así como de gastar más de lo que recaudamos (dicho por el mismo presidente del BCR) va a tener, en cualquier momento, una respuesta violenta. Y entonces la anarquía, que ya estamos padeciendo con poderes del Estado que se neutralizan e ignoran entre sí, creyendo que la división de poderes es el enfrentamiento de poderes, estallará. Y de la amenaza de dictadura, ya conjurada, nos daremos de cara con el monstruo de la anarquía.

El Congreso, hoy cuestionado por muchos hechos que han deteriorado gravemente su imagen, debe estar alerta y pensante. No debe olvidar que tendría que ser el foro de la reflexión y la discusión racional, del cual creo yo estamos bien lejos.