La presidente Dina Boluarte inició una ronda de diálogos con los partidos representados en el Congreso, algo muy positivo pero insuficiente si el objetivo es la gobernabilidad en un país tan fragmentado. El gobierno está ante un desafío muy complejo que es el de mejorar su imagen y bajar la desaprobación que es demasiado alta, problema que comparte con el Congreso. El desencanto popular afecta a todos los políticos y a las instituciones esenciales del Estado y de la democracia, la representatividad está en crisis, la desconfianza se incrementa mientras un número excesivo de partidos se inscribe ante el Jurado Nacional de Elecciones. No hay estrategia integral de los poderes del Estado para recuperar la confianza. El diálogo debe continuar y ser más inclusivo apelando a mediadores independientes para asegurar negociaciones equitativas. El gran tema debería ser la agenda social y la informalidad que demuestra que gran parte de la población da la espalda a las instituciones y a los políticos y se dedica a buscar la supervivencia por sí misma. Este autismo político y social es muy peligroso, gran parte de la sociedad no se siente concernida con el accionar de sus políticos que no se ponen de acuerdo para responder a sus necesidades y enfrentar principalmente la inseguridad alimentaria y la indefensión ante la criminalidad extendida y agudizada. Ambos riesgos afectan el derecho a la vida de ciudadanos que no ven en el gobierno ni en el Congreso la empatía indispensable para comprender sus graves dificultades. Necesitamos líderes responsables, transparentes y comprometidos con el bienestar para luchar efectivamente contra la desconfianza y el escepticismo. Necesitamos preservar la democracia y alcanzar la gobernabilidad en el camino a las próximas elecciones todavía no convocadas. El fantasma del Estado fallido sigue presente.