“Ahorita voy a comprar huesitos para hacer sopa”, dice una señora a un reportero de televisión en un distrito populoso al sur de cámara sigue a la señora hasta el mercado. “Casera, huesitos por valor de seis soles”, pide. Esto puede suceder en la capital cualquier día, pero también en el resto del país. La situación económica de los peruanos se viene a pique y parece que no hay visos de mejora.

El Banco Central de Reserva sinceró sus cifras de crecimiento económico para este año y se espera que llegue solo al 0.9%, cuando las proyecciones eran de 2.2% hace algunos meses.

La gente tiene menos dinero en los bolsillos y se incrementa el escepticismo de los ciudadanos. “Esto no lo arregla nadie”, “Todos son iguales”, son dos frases que hoy recorren las calles y las redes. Y lo peor es que esta terrible situación se alimenta de corrupción, incapacidad y negligencia de la clase política. Sí, de toda esta casta que proclama la ética, la moral, el conocimiento y la eficacia y que nunca cumplen a la hora señalada.

Hubo un tiempo (1950) que el Perú se ubicaba en el puesto 23 en el mundo en el ranking del PBI per cápita. Estaba igual que España y superaba a Grecia, Japón y Brasil, entre otros. Hoy nuestro país está en el puesto 91.

Recuerdo años más recientes que nos mostraban en América Latina como el ejemplo a seguir porque era una economía que se abría, que había hecho reformas estructurales y que su crecimiento era de casi el 9%. ¿Cómo es que ahora hemos retrocedido tanto?

Somos ahora un país errático por la improvisación, el populismo, la incapacidad y la rapacidad de nuestros gobernantes. El resultado es el estancamiento de la economía, la desocupación, la desconfianza de los inversores y el aumento de precios de los alimentos.

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