La debilidad se ha convertido en la principal característica del régimen de Martín Vizcarra. Un régimen que se ve sistemáticamente asaltado por brotes de corrupción, que exhibe falencias elocuentes en casi todos los aspectos de la gestión pública, que pierde un ministro -por razones endógenas- cada 20 días, que observa -estupefacto- cómo crecen geométricamente los niveles de delincuencia,que renuncia a mejorar los aspectos esenciales de la economía, que le abre los brazos a la recesión, que es sometido por las protestas sociales, que se resigna a la caída estrepitosa de la inversión minera, que se ha visto rebasado por la inmigración venezolana y que carece de capacidad de reacción ante el estallido de los problemas más básicos y elementales. Los ciudadanos, ¿en manos de quién estamos?

Los ministerios son un archipiélago de voluntades, una ruta caótica de caminos individualizados sin un plan que homogenice sus criterios y articule sus funciones. En los Consejos de Ministros, la urgencia es apagar el incendio más inmediato y rociar el escandalete del día con la espuma del extintor más potente a la mano. En muchos aspectos y problemas cotidianos de la vida pública, estamos a la deriva. No hay previsión, planes de contingencia o medidas anticipadas. Cualquier día, en cualquier momento, puede deflagar un camión cisterna con GLP, cientos de viviendas arruinarse anegada por huaicos y desbordes, una pequeña ser violada y asesinada, electrocutarse un par de jóvenes en un local de fast food, aparecer una mujer descuartizada en una caja o ser asaltado en la noche, en el día, en un lugar público o recóndito, en los extramuros de la ciudad o en la puerta de tu casa.

Ante ello, ¿estamos, en verdad, bajo un gobierno? En la apoteósica infraestructura de la Plaza de Armas, un hombre se luce con una banda y dirige un gabinete, pero ¿se ejerce una línea de autoridad? ¿Podemos hablar de don de mando? ¿De tener tomadas las riendas del país? ¿De un liderazgo eficiente y efectivo? ¿De un mandato incontrastable? ¿O lo que hay es la sombra de un poder aterrado por la efervescencia de un territorio tan convulso como acéfalo? Toc, toc, toc, ¿hay alguien en Palacio?

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