Hoy, 22 de abril, es el Día Internacional de la Madre Tierra. Se celebra desde 1970 gracias al senador estadounidense Gaylord Nelson, que la propuso para relievar las bondades del planeta en que vivimos. Desde entonces, seriamente poco o nada se ha hecho para preservarla de la contaminación y otros descuidos por la vorágine e indiferencia del propio hombre. Formada hace unos 4,550 millones de años luego de un proceso que habría durado entre 10 y 20 millones de años atrás, la Tierra es el quinto planeta de los 8 que integran el Sistema Solar y el único que hasta ahora ha dado señales de vida gracias a que por un inexplicable privilegio de la naturaleza cósmica, cuenta con las tres capas básicas e indispensables para ella: la atmósfera (gaseosa), la hidrósfera (líquida) y la geósfera (sólida). Se calcula que existen unos 8,7 millones de especies de seres vivos; sin embargo, la mayoría son invisibles y se ha previsto que un mililitro de agua de mar concentraría millones de microorganismos y en un centímetro cúbico de tierra, habría un complejísimo e incontable número de bacterias y hongos, y junto a ellos, confortablemente apostados yacen los virus, que no tienen vida, pero que bien adheridos a los que sí la tienen, se vuelven una cruenta amenaza para la existencia humana, como es el caso del coronavirus. Muchas cumbres y conferencias de la Tierra, dentro y fuera de la ONU, no han atendido las quejas desde las entrañas de la propia Pacha Mama, como llamaban los incas a la tierra, desoyendo las imploraciones de los científicos que en estos últimos días hemos visto protestando en diversas partes por el calentamiento global. Pero la humanidad no escarmienta pues viviendo en carne propia la letalidad del virus Covid -19 a pesar de contar con las vacunas para mitigar sus estragos y no asumimos una conducta de previsión frente a las amenazas que siguen aflorando en un cosmos de microorganismos, donde tan sólo se conoce 1% de la diversidad de los que hay en la Tierra. Seguimos ninguneando sus posibles próximos impactos.