Todas las encuestas son lapidarias contra la presidenta Dina Boluarte. La peor cifra para la presidenta es el 1.1% de aprobación a su labor en la sierra centro y sur, según la empresa CPI. Si aplicamos el margen de error, en esta zona del país el respaldo a la mandataria puede ser cero. Es evidente el hartazgo de la gente frente a las tantas muestras de inoperancia y caos del Gobierno.

Gobernar implica, entre otras cosas, gestionar expectativas de los ciudadanos, de la gente de a pie. Pero cuando estas se desvanecen, la conducción de un país se convierte en un ejercicio infructuoso. Dina Boluarte se enfrenta a un Perú fracturado, un país marcado por desigualdades, frustraciones acumuladas y una crisis permanente. Sin embargo, en lugar de encarnar un liderazgo transformador que necesita un país con estas características, solo se empeña en desconectarse de la realidad.

La escritora Anaïs Nin escribió alguna vez sobre las mujeres privadas de voz en el pasado y las que, en el presente, replican los patrones de poder tradicionales. La presidenta Boluarte parece haberse sumido en esta última categoría, recurriendo al grito, la excusa y la demagogia para justificar lo injustificable. Así, intenta convencerse y convencer de que su gobierno, a pesar de los evidentes errores, está en el camino correcto. Pero cuando las palabras carecen de conexión con la realidad, como su reciente afirmación de que “con diez soles hacemos sopa, segundo y hasta postrecito”, se convierten en una burla, en una patada al bolsillo y al alma para millones de peruanos que enfrentan diariamente el peso de una economía precaria.

El año y medio que se le viene a Dina Boluarte será terrible por dos razones. Una, que en vez de congresistas tendremos candidatos y por congraciarse con el electorado ya no les interesará sostenerle la mano. Eso será impopular. Otra, que si se mantiene la incapacidad del Gobierno de resolver los grandes problemas que afectan el día a día a los peruanos, la desaprobación de la presidenta será absoluta, peor que la vista por estos días.

El liderazgo no se construye con discursos vacíos ni con excusas. Se cimenta con acciones concretas que atiendan las demandas de la gente y den esperanza en momentos de crisis.