La recuperación económica del Perú tras el fracaso de las políticas estatistas y populistas aplicadas desde fines de los 60 con el general Juan Velasco hasta inicios de los 90 con el primer gobierno de Alan García, ha estado sustentada principalmente en actividades como el turismo, la minería y la agroexportación, las cuales hoy son atacadas por vándalos y delincuentes que se mezclan con quienes protestan en forma pacífica.

El turismo ya venía golpeado por la pandemia de COVID-19. Hoy tenemos aeropuertos como el de Arequipa cerrados por intentos de toma por parte de turbas. La vía férrea a Machu Picchu ha sido vilmente inutilizada, y regiones como Cusco y Puno se encuentran bajo constantes ataques. Las rutas al norte y sur de Lima se encuentran bloqueadas, como para que ningún viajero llegue a atractivos como Chan Chan y Nasca, por mencionar solo dos.

En el caso de la minería, uno de los principales soportes de nuestra economía, hemos visto dos ataques al campamento de Antapaccay, en Espinar, Cusco, que ha tenido que suspender sus operaciones. ¿Quiénes son los más afectados? Los propios trabajadores y los proveedores externos que dan servicio a la compañía. Con situaciones como estas, ¿alguna otra empresa se atrevería a traer su dinero e invertir acá? La respuesta es obvia.

Ayer en Ica, que languidece por el bloqueo casi permanente en la Panamericana Sur, grupos de vándalos atacaron e incendiaron instalaciones de tres empresas agroexportadoras dedicadas a la producción de vegetales que luego son colocados en el exterior con valor agregado. Una situación similar se vivió a fines del 2020, con efectos muy graves para esta actividad que genera trabajo y bienestar a muchas familias.

Son golpes directos al corazón de la economía nacional y regional, y al bolsillo de millones de peruanos que quieren vivir en paz, más allá de que estén a favor o en contra del gobierno. ¿Es esto espontáneo? Imposible. Sin embargo, para algunos esta “protesta” que lleva casi 20 días y que en gran parte se manifiesta con actos violentos, es válida, y quien la critica es un “facho”, un “terruqueador” o un “asalariado de los grupos de poder”. Todo mal.




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