Uno de los grandes peligros para el desarrollo de la educación en el Perú es la lenta pero decidida penetración de la ideología en los claustros de formación. El magisterio nunca ha estado ajeno a la discusión sobre la esfera pública, lo cuál no tiene nada de malo, sin embargo, dicha discusión debe ser encuadrada correctamente, señalando lo que hay en ella de conocimiento cierto (episteme) y aquello que no pasa de ser la opinión del que habla o el que dice enseñar (doxa). El problema surge cuando se intenta pasar de contrabando una opinión subjetiva, personal y, por ende, falible, como si fuera una verdad científica, contrastable, llena de evidencias. He aquí el principio del fin.

La ciencia no hace política y cuando la ideología se cubre con el disfraz del conocimiento científico, la política no tarda en destruir las instituciones y en convertir a la democracia en un campo de batalla de todos contra todos. La ideología puede informar la esfera pública, puede delinear las grandes tendencias de la discusión política, pero cuando busca imponerse como un pensamiento dominante, como un pensamiento único, entonces surge un nuevo totalitarismo, una dictadura de lo políticamente correcto donde está prohibido disentir. Así, cuando no se puede negar aquello que la ideología pregona se produce la muerte de la libertad. Y sin libertad no hay orden político, hay tiranía.

Rescatar la libertad y defenderla pasa por expulsar a la ideología de la educación. Una educación ideologizada no es conocimiento, es propaganda. Y la propaganda es el arma de los marxismos extremos y de los nazismos sectarios. Una educación de calidad solo surge en un ambiente de libertad, desafiando el corsé asfixiante de cualquier ideología sectaria.