El Gobierno de los EE.UU. de América que preside Donald Trump, su cuadragésimo quinto presidente, acaba de emitir una proclamación del reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental. Esta decisión tiene una doble connotación desde el derecho internacional.

De un lado, constituye un puro acto de iure porque denota de manera incontrastable la cualidad de acto jurídico ad solemnitatem del que solo puede estar investido el jefe de Estado que personifica a la nación estadounidense, conforme la Constitución de 1787 -la única en su historia de 244 años-, y de otro, porque muestra su dominante carácter jurídico-político como un acto de Estado, es decir, que supera a uno de sola calificación gubernamental, para erigirse como una decisión de política de Estado, que trasciende a las administraciones, sean republicanas o demócratas, porque tiene que ver directamente con el interés nacional, siempre pétreo e inmutable y relevante en el tiempo.

Desde la acción de política interna, Trump enseña que la presidencia se ejerce de iure y de facto hasta el último minuto del tiempo para el cual fue elegido presidente, es decir, hasta las 12:00 horas (Medio día) del 20 de enero de 2021, en que entregará la posta del poder a su sucesor Joe Biden.

El reconocimiento de Washington significa desde las relaciones internacionales y la política internacional, un espaldarazo a Marruecos y su rey, Mohamed VI que, por su habilidad y persistencia, ha conseguido que el país más poderoso del mundo, reconozca al Sahara Occidental como parte de la soberanía marroquí.

Trump, que apeló a la historia para justificar la reciprocidad para con Marruecos -en 1777 fue de las primeras naciones en reconocer la independencia de los EE.UU.-, coloca a la relación bilateral en un nivel muy importante al incluir la inminente instalación de un consulado estadounidense en la ciudad de Dahla, la más austral del país.

Con mejor actual contexto, no debería asombrar la acertada decisión de la Casa Blanca, pues desde los tiempos de Hassan II, el padre del rey Mohamed VI, EE.UU. se ha inclinado a los justos derechos de Marruecos, de lejos el país árabe más emergente del norte africano.