El domingo 7 de junio ha sido Día de la Bandera del Perú. El símbolo patrio por el cual debemos dar hasta la vida. Lo hicieron Bolognesi, Alfonso Ugarte y muchos otros valientes soldados en Arica por el honor nacional.

No fueron suicidas o kamikazes. Amaron a su patria más que a ellos mismos y solamente pensaron en el Perú, sin importarles sus familias ni sus proyectos personales, volviéndose héroes por su arrojo, al cruzar el umbral del respetado cumplimiento del deber.

Pero expresar fidelidad y amor a la bandera, y reconocerla como el símbolo más excelso, es una tarea que se construye en la casa y fuera de ella por el Estado, con educación. Los hijos que aman a sus padres serán siempre mejores ciudadanos; aquel que es fiel a la bandera jamás será un traidor de su patria, de su jefe o de su amigo; aquel que profesa un juramento a la bandera, entiende lo que significa el cumplimiento de la palabra empeñada.

Solo los mediocres creen que la bandera es un símbolo del protocolo y los miserables e infelices la terminan ninguneando como si fuera un trapo. Los que se oponen para que sea feriado nacional no laborable van a decir que la economía peruana no puede detenerse.

No se dan cuenta de que si sembramos nacionalismo de verdad, cosecharemos la unidad nacional que no tenemos, y que seremos una sociedad con menos fracturas porque las tenemos, sacando de nuestro camino a los radicales y anarquistas. Solo así seremos la Patria grande que soñó Basadre y le habremos dado vuelta a la sociedad de la derrota para constituirnos en el pueblo de la victoria.

Dediquemos especialmente un día a la Bandera e invirtamos en educación, así dejaremos de ser un país vulnerable.