Raúl Efraín Franco Ochoa es uno de los mejores escultores peruanos. Nacido en 1955, limeño, a los seis años ya era un dibujante precoz, y aunque estudió ingeniería, el arte terminó por ganarle. Su especialidad es el retrato realista. Una de sus obras, que conozco desde hace años, es el busto monumental de don Alvaro d’Ors, uno de los más grandes juristas españoles del siglo XX. El busto fue instalado en abril de 2013 en la biblioteca de la Universidad de Navarra, biblioteca que d’Ors organizó con dedicación y austeridad republicana. Estuve presente aquel día y desde entonces soy un admirador de la obra de Franco Ochoa. Hace un par de días, recibí de sus manos un obsequio que me ha llenado de alegría: una réplica del busto orsiano de menor tamaño, pero igual belleza.
¿Por qué buscamos perennizar en la memoria a hombres y mujeres? ¿Por qué algunas personas merecen el bronce? Algunas por el poder que detentaron. Otras por su autoridad, que dura siempre más. En todo caso, las naciones necesitan ejemplos, héroes a los que admirar, líderes a los que seguir. La vida de los grandes nos señala un derrotero concreto, nos inspira, nos anima a continuar. Leía hace poco la biografía de Augusto, el heredero de Julio César, que tantas peripecias tuvo que correr antes de triunfar sobre sus enemigos. Una constante dirigió todos sus esfuerzos: lograr las hazañas de los romanos más importantes y evitar sus errores y excesos.
Necesitamos ejemplos, nos urge liderazgo. El Perú necesita contemplar los viejos bustos de nuestra historia, los hitos de nuestro heroísmo, el largo camino de nuestra vida en común, repleta de episodios de entrega, solidaridad y valentía. La solución al presente también está en nuestra historia. En ella hemos de encontrar inspiración.