La prórroga de la cuarentena estaba cantada y nadie puede asegurar que no habrá más. Hay poca credibilidad en los datos oficiales. Sabemos lo que vemos y ello indica que estamos alcanzando límites del aislamiento y del bloqueo económico que lesiona familias y empresas. Cuando hay cansancio surge la intolerancia y las críticas al Gobierno por un equipo ministerial con muchos errores y poca capacidad para enfrentar el enorme desafío. La caja fiscal puede ayudar pero la logística no da la talla, son más los riesgos de colas y aglomeraciones que la eficacia en su distribución. La mayor recesión económica de las últimas décadas acecha lo que significa hambre y desempleo.

El Gobierno parece inmune a la crítica y más aún a la autocrítica. Las compras que se realizaron y las que se omitieron van dejando forados de desconfianza. Nos faltan pruebas moleculares y rápidas, las camas de UCI de los hospitales públicos son insuficientes, el número de respiradores es insignificante para las urgencias. Ante un peligro de vida o muerte hay responsables. Pruebas y mascarillas debieron llegar y no llegaron. Estuvo bien la cuarentena temprana y estricta. También la celeridad de la decisión de ayuda social. Pero las soluciones pasan por mayor organización y planeamiento ante el sistema de salud desbordado. No podemos seguir actuando a ciegas sin pruebas moleculares. Este retraso es fatal y tras cuarenta días la gente, harta del encierro, se vuelve irresponsable y ansiosa. Se va perdiendo el ánimo. La improvisación y las deficiencias sumadas a los errores tienen un costo social que se multiplica sin que sepamos cómo se expresará. A todos nos interesan respuestas eficaces y oportunas y para ello deben llamar a los mejores especialistas para hacer correcciones y formular nuevas propuestas. Necesitamos nuevas energías con nuevas caras y nuevas ideas. El gobierno no tiene el monopolio de la verdad.

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