El expresidente Alberto Fujimori ha fallecido en la tarde de  ayer y estamos seguros que tal como sucedió en vida, ahora tras su muerte su legado seguirá despertando grandes adhesiones y cerrados rechazos, pues el exmandatario tuvo muchas luces como jefe de Estado, pero también sombras como el haber cogobernado con un hampón de talla mayor como Vladimiro Montesinos.

De Fujimori rescatamos el corregir las taras económicas que nos llevaron a la hiperinflación y la crisis de fines de los 80 e inicios de los 90; y el haber enfrentado a los dos brutales grupos terroristas hasta casi derrotarlos. Eran los principales problemas que afrontaba el país, y los solucionó. Los resultados los vemos hasta hoy, al igual que el haber logrado el cierre de la frontera y la paz con Ecuador.

Estos logros no los podrán negar ni sus más radicales críticos, muchos de los cuales gracias a su antifujimorismo, a veces risible, han hecho carrera política, académica y judicial, y también dinero.

Sin embargo, de otro lado está el golpe de Estado del 5 de abril de 1992 y su debilidad ante los crímenes cometidos por malos efectivos de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. También ha sido lamentable el no haber licenciado a Montesinos cuando aparecieron los primeros indicios de sus descomunales actos de corrupción. Su incomprensible huida al Japón antes de renunciar en el 2000, es algo que nunca podremos dejar de criticar.

Desde Correo hacemos un llamado a mirar lo que dejan los 10 años de gobierno de Fujimori sin apasionamientos, a fin de no polarizar el país más allá de lo que en vida generó el expresidente, y sus herederos políticos. Calma y mesura es lo que necesita el Perú.

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