Para hoy está previsto que el Poder Judicial anuncie la sentencia por el caso Carretera Interoceánica en contra del expresidente Alejandro Toledo, un ídolo de barro que fue llevado al poder a inicios de este siglo pese a los dudosos antecedentes que arrastraba, pero que aún así fue considerado por muchos como el líder que debía representar todo lo opuesto a lo vivido en los diez años corrupto del régimen de Alberto Fujimori y su socio Vladimiro Montesinos, que acababa de llegar a su fin.

Hoy ese personaje al que se acusa de cobrar 35 millones de dólares de coima de parte de los brasileños de Odebrecht y que hoy pide al menos un arresto domiciliario apelando a supuestas enfermedades y hasta a su origen andino, podría recibir una sanción de hasta 20 años de prisión, tal como lo ha solicitado el Ministerio Público, que señala que el dinero sucio llegó a Toledo a través de su fallecido amigo Josef Maiman, de acuerdo por lo señalado por el corruptor Jorge Barata.

Toledo llegó al poder supuestamente para sanar la moral del país tras las corruptelas del fujimorismo, pero al final terminó siendo igual o peor. Ha sido un gran fiasco, quizá el más grande que haya tenido que soportar el peruano. Esa “historia de superación” del hombrecito andino, del lustrabotas de Chimbote que con su esfuerzo dejó atrás la pobreza para escalar en el mundo académico, profesional y político hasta llegar a la Presidencia de la República, ha resultado siendo un tremendo bodrio.

Es más que seguro que Toledo será condenado y mantenido en prisión para convertirse así en el segundo exmandatario del Perú que pasa por ese trance, para desgracia del país. El primero fue el recientemente fallecido Fujimori, quien más allá de una cuestionada y muy floja condena relacionada a casos de derechos humanos, también fue sancionado por actos de corrupción siempre relacionados a su socio Montesinos, a quien jamás se debió dar un ápice de poder.

Los políticos y aspirantes a ocupar un cargo público en el Perú deberían tomar nota de cómo está terminando Toledo, quien a inicios de siglo llenaba plazas jurando a grito pelado que acabaría con la corrupción y que lucharía para que los pobres tengan las oportunidades que él tuvo. Ahí está, pues, el “Pachacútec”, el inca descendido de las telúricas cumbres andinas con una vincha en la frente para desterrar a los sinvergüenzas que nos habían metido la mano al bolsillo. Qué fiasco, qué estafa. Hoy este señor no es más que un meme tras las rejas.