Cualquiera que sea la perspectiva que se asuma sobre el futuro de la universidad en cuanto institución hemos de reconocer que estamos ante un organismo vivo con una trayectoria y un destino muy concretos. Por lo tanto, hay que respetar esa trayectoria señalando con claridad el destino de toda universidad: alcanzar el saber superior sirviendo a un entorno muy concreto.

En tanto institución formada por personas, las universidades encarnan una tradición particular y son responsables de mejorar esa tradición concreta, llevándola a niveles de excelencia. La gran relación existente en la universidad, a pesar de los cambios tecnológicos de los últimos tiempos, continúa siendo la relación que existe entre un profesor y un alumno. Siendo así, el profesorado debe acceder, cueste lo que cueste, a las últimas innovaciones de la academia global. Y esas innovaciones implican una fuerte apuesta por la internacionalización. Hoy hablamos de universidades “glocales”, es decir, universidades fuertemente implantadas en un territorio y también convencidas de la necesidad de fomentar la movilidad del alumnado. Esto es posible porque el talento está repartido de manera equitativa. Un buen profesional no debe tener miedo de competir a nivel internacional. Y una buena universidad debe formarte para ello.

La internacionalización de las universidades es una tendencia que implica una fuerte inversión. Formar a un profesor bajo los estándares de la academia global no es fácil ni barato. Busquemos que una o dos universidades peruanas alcancen un nivel global adecuado. Esas universidades, una vez que asuman todas las exigencias de la academia mundial, servirán de locomotoras al resto. Pero si tardamos en subirnos al tren de la historia, el Perú perderá otra oportunidad.