La historia del Perú es una historia de heroísmo y traición. Por un lado, nuestros héroes, legándonos el más puro ejemplo de sacrificio, construyeron con su sangre lo mejor de la Peruanidad. Por otro, una clase dirigente ausente y cortoplacista, cobarde en sus objetivos y fenicia en sus intereses, ha sido incapaz de encarnar una política de Estado permanente que aspire a la hegemonía en el Pacífico Sur. Leones por corderos es lo que tenemos, un pueblo de leones conducido por terneros engreídos que viven preocupados por su pitanza, medrando a costa de la realidad nacional. No son dignos de lo que el Perú les ha dado y jamás lo serán por una sencilla razón: no comprenden al país que les ha dado todo lo que tienen.
Conocer de cerca la idiosincrasia de nuestra clase dirigente es fundamental para transformarla. No se equivocaron los novecentistas cuando atacaron sin piedad los vicios de la psicología nacional. Riva Agüero, Víctor Andrés Belaunde, García Calderón, todos sin excepción, conocían de primera mano la molicie estéril de nuestra clase dirigente y no dudaron en denunciarla. Más de cien años después, las taras de la plutocracia, lejos de desaparecer, se han solidificado. No es con su oro sino con el hierro que el Perú será salvado. El hierro de una nueva generación.
Hay grandeza en el desafío al que nos enfrentamos los peruanos. Hay grandeza en las renuncias que nos pide la historia, en los sacrificios que tienen que realizarse para salvar el bien común. Hay grandeza en nuestro destino, en nuestras derrotas, en la terca determinación con que encaramos nuestros problemas. Todo lo que nos une asegura la continuidad de un gran país. Solo es pequeño esto que hoy nos divide.