No cabe duda de que el humor siempre sale al frente en el momento preciso, aparece en la vida de los seres humanos cuando irrumpe de pronto, el desánimo y la tristeza. Esa sonrisa sanadora llega para aliviar el alma gracias a esos seres privilegiados que nacieron con el don de quitar la pena. Por eso, cuando muere uno de esos personajes, esa gente iluminada que lleva el humor a flor de piel, se les recuerda y llora. Guillermo Rossini, fue uno de ellos. Hace una semana, a los 93 años, el ícono de la comicidad peruana falleció discretamente, sin las estridencias usuales del mundo del espectáculo al que perteneció. Con seis décadas de trayectoria, iniciado en los trajines artísticos desde las canteras que dirigía Augusto Ferrando y su hoy mítica peña, el actor se paseó luego por los programas cómicos más emblemáticos de la televisión: “El Tornillo”, “Estrafalario”, “Risas y Salsa”, “Risas de América”. Pero no fue hasta 1994 que Rossini, se ganó el respaldo del gran público radial como fundador e integrante de “Los Chistosos”, una propuesta que lo mantuvo junto a sus compañeros hasta casi los 90 años. La partida de una figura de su talla, no solo se lamenta por la estatura de su talento, se añora sobre todo porque con él, se despide uno de los últimos exponentes de un tipo de humor que se va extinguiendo. Don Guillermo Rossini, ante todo un caballero, fue de aquellos que se alejó del exceso, supo hacer reír sin la intención de ofender y cuando tuvo que cuestionar a los políticos, lo hizo sin mucho trámite, pero manteniendo el respeto. En tiempos en los que las redes sociales hacen tendencia con un humor sin límite y que con el pretexto de la naturalidad apelan a todo, recordar a una figura como la del maestro, no es solo añorar el pasado, es sobre todo, detenerse un momento para reflexionar qué es lo que realmente significa el verdadero humor. Según los especialistas, nos ayuda a mantener el bienestar mental y emocional, y esa misión tan importante no puede estar en manos de cualquiera que no entienda que ese arte y profesión debe tener sus códigos y sus reglas. Hacer reír no es el bullying al otro, la burla, la ofensa, es todo lo contrario y eso se debe tomar en cuenta.




