Aún cuando para todos está totalmente claro que la presidenta Dina Boluarte está muy comprometida con la andanada de investigaciones abiertas en su contra, y que más de una tiene asidero, es una decisión sensata la de las fuerzas antiizquierda del Congreso, tanto la de otorgar el voto de confianza como de frustrar cualquier posibilidad de vacancia presidencial. Está claro que la jefa de Estado la merece, como en su momento se justificó para Pedro Castillo y cuando aún faltaba mucho para el golpe, pero dejar el país en manos de la presidencia del Parlamento y de la guerra tribal que ese poder del Estado libra cada tanto tiempo, sería, literalmente, un suicidio.
Sería dar paso al caos absoluto, a la anarquía perfecta al desorden descomunal. Un Congreso infestado de roedores de saco y corbata, que subastan sus votos al mejor postor y no tienen reparos en hurtar parte de los sueldos de mujeres embarazadas, no solo no es apropiado para coordinar una transición electoral ordenada; no los es, ni siquiera para otorgarle a la gran mayoría la administración de la caja de una panadería. Así que por más que nos pese, o le pese a Vladimir Cerrón, a Sigrid Bazán, a Kelly Portalatino y a todas las mentes obsoletas y neuronalmente atomizadas por la ideología del fracaso, Boluarte debe seguir, hasta el 2026, claro está, con una lupa puesta sobre su muñeca izquierda y otra sobre cualquier botín escondido que con la derecha se haya olvidado de declarar. No es una patente de corso, por si acaso. De aquí para adelante, Boluarte debe entender que el Perú no es el Club Apurímac, que se ha convertido en el mal menor y que la distancia entre ella y la Diroes estará cada vez más cerca conforme se acerque el 28 de julio de 2026.