Pedro Castillo vive en su propio mundo, uno en que él sirve al pueblo que lo aclama en todo el territorio, que asiduamente visita con su burlesco primer ministro y su mediocre gabinete.
Un mundo donde lucha contra la corrupción con autoridades impecables, donde no hay lugar para una oposición golpista que lo quiere sacar del poder por razones clasistas y racistas. En su mundo no existen tropelías ni incapacidad, tampoco la corrupción que él encabeza y protagoniza su entorno familiar y amical elevado a las más altas responsabilidades. Mientras el pueblo lucha por su supervivencia Castillo se consolida desde la resignación y la impotencia de la gente ante conciliábulos políticos y negociaciones. No se juegan dignidades sino indignidades y se depreda impunemente buscando la mejor tajada. Mañana es la fiesta electoral con elecciones en las que la ciudadanía no se interesa. Porque la convocan otros temas, las angustias de la salud y lo que llevará a la mesa familiar. Por eso Castillo se mantiene y hasta gana terreno.
Lamentablemente no tenemos partidos políticos sólidos, con principios ni visión que nos permitan creer en futuros gobernantes capaces, que trabajen por el país sin dádivas ni intercambio de favores y dólares. La democracia se debilita cuando la población no cree en ella. La gente vive en mundos concretos no en la ficción de Pedro Castillo. Con minas que languidecen, sin inversión privada y depredación gubernamental será difícil salir de la crisis política, económica y sanitaria. Mientras ello sucede el gobernante hace añicos la imagen del Perú en las tribunas internacionales y personifica muy mal a la nación. La Constitución le ordena defender nuestra soberanía e independencia y lo hace hundiendo nuestra estima colectiva. ¿Y el Parlamento? Compartiendo decepciones, al servicio del señor presidente.