Desde que el gobernante primer ministro griego Antonis Samarás no tuvo otra alternativa que aceptar el adelanto de las elecciones presidenciales al no haber obtenido su candidato Stavros Dimas la mayoría necesaria en el Parlamento en tercera votación, el estrés del Gobierno, que había logrado una importante negociación con la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo para la recuperación financiera del país, se fue agudizando. Al cierre de esta columna, con la virtual victoria en las elecciones del líder de la coalición de la izquierda radical Syriza, el joven ingeniero Alexis Tsipras, el hermetismo se ha acrecentado. La llegada al poder de la izquierda refleja la oposición al paquete de medidas austeras que fueron impulsadas en Atenas, llevando a un ajuste total del país que incluía una disminución en el gasto público y el aumento de los impuestos. Tsipras prometió que apenas en el poder congelaría los acuerdos logrados por Samarás por considerarlos abusivos. Lo cierto es que el denominado ajuste financiero en la otrora península del Peloponeso, el país más endeudado de Europa, con un tercio de personas en riesgo de pobreza y exclusión social y un cuarto desempleada, y que arrastró más de 6 años de recesión, comenzó a dar sus primeros signos positivos creciendo lentamente hasta un 0.6%. La incertidumbre acrecienta el pánico. En los días siguientes confirmaremos si el discurso del flamante candidato vencedor se adecúa al realismo económico, tan complicado para el país, o prosigue con sus inciertas y osadas promesas, de cuyos signos visibles toda Europa está muy pendiente pues, además, comienza a preocupar que pudiera prender como efecto dominó el resurgimiento de porciones de izquierda en el poder, como parece asomarse en España con la aparición del fenómeno Podemos y en Alemania, el Die Linke.