La presidenta Dina Boluarte tuvo ayer una excelente oportunidad para corregir rumbos y sacar a ministros que ya se han convertido en un lastre como los de Interior, Juan José Santiváñez; y de Salud, César Vásquez. Sin embargo, mostrando una vez más que vive en un mundo paralelo, no solo los ratificó, sino que optó por relevar a quien ha sido uno de los mejores jefes de cartera de este gobierno por manejar con firmeza y claridad la crisis en Venezuela: el saliente canciller Javier González-Olaechea.

Con todo lo que se sabe hasta ahora, Santiváñez debió salir hace tiempo, pues ni siquiera se ha preocupado en demostrar que los audios en los que se jacta de engañar a la mandataria y afirma que Vladimir Cerrón escapó en un vehículo asignado al Despacho Presidencial, son falsos. No solo no lo echan del gabinete, sino que la presidenta lo abraza públicamente y dice que hace una buena labor. Cualquier malpensado podría creer que le sabe algo muy oscuro a la mandataria y que por eso prefiere tenerlo cerca como su nuevo “wayki”.

Respecto a Vásquez en Salud, sucede lo mismo. Su pésimo manejo del dengue y la crisis generada por el examen para acceder al Servicio Rural Urbano y Marginal en Salud (Serums), eran motivos suficientes para sacarlo. Quizá su líder César Acuña, el gran titiritero de este gobierno, le pudo dar trabajo en una de sus universidades que según los entendidos, son las grandes beneficiadas con la gestión del ratificado ministro proveniente de Alianza para el Progreso (APP).

En lugar de sacar a Santiváñez y Vásquez, la mandataria cesó al canciller González-Olaechea, para felicidad del dictador y ladrón de elecciones Nicolás Maduro y de toda la izquierda chavista peruana que puso el grito en el cielo una vez que el ahora exministro se plantó y públicamente denunció la fraudulenta reelección del tirano que hace pocas horas, a través de su sistema de justicia títere, ha dispuesto al arresto arbitrario del opositor Edmundo González Urrutia. Se le salió el cerronismo a la jefa del Estado. Mal, muy mal.

Cuando las dudosas gestiones de Santiváñez y Vásquez, especialmente la primera de las mencionadas, hagan explosión, que la mandataria no venga a decir que no sabía nada y que ella deslinda con cualquier irregularidad o acto de corrupción. Los cuestionamientos vienen desde hace tiempo y no hacía falta tener mucho olfato político para desactivar bombas de tiempo que en cualquier momento pueden estallar en la cara de una mandataria impopular y débil hasta la pared del frente.

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