El viejo resorte de la indignación parece haber sufrido una grave alteración, por eso ya no nos escandaliza ver ¡cómo la desvergüenza se ha desperdigado por todos los terrenos! El proceso infeccioso es tan eficaz y se encuentra tan avanzado, que no hallamos remedio cercano capaz de revertirlo. Solo un hecho nos queda observar, diría Balzac, “la invasión del mal”. La infección moral puede agudizarse, acrecentarse y alcanzar proporciones gigantescas, debilitando instituciones que están llamadas a iluminar en tinieblas o dañando el ya roído tejido social. La amputación de la vergüenza, el desprecio a las leyes y la entronización del dinero en el corazón del hombre moderno, son una de tantas causas que hallamos para explicar porqué nuestra sociedad se hunde en el fango de la inmoralidad. ¡El poder corruptor del dinero existe!, no descubrimos nada nuevo. Pensemos en el Becerro de oro (1844) del ilustrador francés J. J. Grandville. El mensaje del francés es claro: las sociedades modernas rinden idolatría al dinero. Ahora, ¿cómo detener la desintegración social, moral e intelectual de nuestro pueblo? ¿Cómo salir del laberinto?, se pregunta el filósofo Alberto Buela. Imitando a Ícaro, ascendiendo, aspirando a valores más elevados, reinsertando los valores extraviados. Que nuestro corazón este lleno de bellos sentimientos y nuestro entendimiento de valiosas ideas, y como vivimos en una sociedad influida por el materialismo, comprendiendo al dinero en su justa dimensión, entendiendo que no es el fin último del hombre ni que su realización más plena está ligada a la cuantiosa posesión de dinero. Esto, quizás, impedirá caer en el desquicio de la idolatría del dinero.